Los aviones me recuerdan a los gusanos de seda.Sí, a eso se parecen. Estoy a punto de coger un vuelo para Madrid, para Copenhague, Estocolmo. Tengo ese sentimiento apátrida que dan las terminales de los aeropuertos. Parten unos aviones, llegan otros. Gente. Reencuentros tras una separación más o menos penosa, más o menos alegre, corta o larga. Se oye hablar en múltiples idiomas. Gente apresurada que arrastra sus vidas en "trolleys". Ejecutivos que se conectan a internet desde cualquier punto. Yo creo que no trabajan sino que leen algún diario digital. Es primera hora de la mañana. Carritos van y vienen, maletas, chec-in o facturación. Por cierto que los más ruidosos, italianos y españoles. Zona internacional, tierra de nadie para el derecho internacional. Blancos asépticos, colores de diseño. Tiendas, cafés y gangas exentas de impuestos, libres de estado. Me gusta volar, ver el mundo a vista de pájaro y el sol, y las nubes; un terrible, amplio y esponjoso horizonte de nimbos, cúmulos, cirros y cúmulo-nimbos. Ese cosquilleo en el estómago al subir, ese vértigo de saberse suspendido en el aire, de no tocar suelo con los pies. Diferentes tierras, más áridas, más verdes o toda una alfombra azul de mar, que brilla allá abajo. Desde arriba, desde el avión, el mundo de abajo se parece al de las hormiguitas. Así nos debe ver cualquier Dios. Pobrecitos.
También me encanta volar. Lo que peor llevo es la espera en esas salas que tanto se esfuerzan para que compremos y que veo tan anodinas. El tiempo encerrado en un habitáculo estrecho es otra incomodidad pero me deleito, como usted, con los acentos, las historias recreadas de los viajeros, las azafatas insomnes y aburridas y el paisaje, que desde abajo nos habla.
ResponderEliminarSaludos.
“Tengo ese sentimiento apátrida que dan las terminales de los aeropuertos”, y cualquier otra situación o lugar, que nos hace sentirnos lejos de casa, de lo que somos.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
A mi me encantan tanta gente distinta tantas historias sueltas volando por el aire esperando que alguien las escuche.., y la ilusión de un viaje quieras o no siempre te llena el alma.
ResponderEliminarMi Dios no mira desde arriba, porque no está arriba: está con las hormiguitas; es una hormiguita más con todas las hormiguitas. Gonzalo
ResponderEliminarDisfruto observando todo lo que sucede en mis esperas en los aeropuertos ... un mal cafe, una compra de última hora,... pero me come la envidia cuando espero la llegada de alguien ... cuando acompaño a alguien (es decir, cuando no viajo)...
ResponderEliminarJamas vole...asi que ni idea...saludos...bon voyage!
ResponderEliminarA mí me encantan los aeropuertos. No sé qué tiene el estar sentada, viendo pasar a la gente o leyendo un libro, paseando entre las tiendas que siempre tienen los mismos artículos ya sea en San Francisco o en Bilbao, oyendo mil idiomas, soprendiéndote al oír castellano y darte cuenta de que aún no has dejado Madrid... Me encanta volar. Ojalá pudiera hacerlo más a menudo.
ResponderEliminarEn los mapas del cielo el sol siempre es amarillo, y la lluvia o las nubes no pueden velar tanto brillo...
ResponderEliminarEso es lo que me ha gustado siempre, que allá arriba, veré el sol :) hace mucho que no vuelo, sino desde mi sillón. Un bico!!