12 octubre 2005

El abuelo tomate

Paseaba en derredor de la laguna dibujando otoños como llevaba haciendo desde hacía ochenta años, va con su bastón de castaño y su mono sucio azul de trabajo.
Él aún no había nacido cuando llegaron de todos los países, Portugal, Castilla La Vieja y Madrid(dice) para realizar la obra del canal por el que se pudiera bajar la madera para transportarla por el río hasta la capital. La verdad es que hacía falta, porque más abajo el río tiene unos tormos por los que es imposible que pasaran los troncos para abajo.
Llegaron los ingenieros con sus elegantes coches, con sus bonitos trajes y sombreros, con sus señoras. La verdad es que el pueblo creció bastante durante aquella época. Y claro, llegados los señoritos, eran tales las fiestas y las juergas que tenían que tuvieron que establecer en el pueblo un cuartel de la guardia civil, de los de tricornio, capa y máuser.
A él se lo contaba su abuelo, dice que tuvo que ser hace más de noventa años, pues era los que él tenía ahora, y el canal ya estaba hecho cuando nació. A su abuelo en el pueblo lo llamaban el "abuelo tomate", por ser ese el color habitual que dibujaba su cara. Recuerda que lo mandaba a la bodega a comprar media de vino, ni un cuartillo, ni nada por el estilo, ¡media de vino!, él no había comprado nunca eso. Se sacaba el dinero de los calzoncillos largos y se lo entregaba al chaval. Después supo que media de vino se correspondía con un litro. Y se lo bebía casi de un trago.
Su abuelo Zacarías, el "abuelo tomate", fue el que inauguró la saga de “los tomates”, se casó con una chica de la capital, muy rica y marchó allí con ella. Siguieron teniendo la casa en el pueblo pero cada vez vinieron menos hasta que al final la malvendieron hará unos diez años.
Todavía sigue habiendo “tomates” en la capital, primos e hijos de aquel primero que llegó a Cuenca hace casi, casi, ¡uy, ya no sé cuánto!, todos se dedicaban a la madera, todos continuaron siendo ricos, menos él que no era “tomate”, que se quedó en el pueblo y que ahora vivía de la pensión que le daba el estado y de pasear otoños al atardecer, como antes con su abuelo.

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