La causa de su muerte la determinaría la autopsia, si bien ya se podía decir que no había signos de violencia. Igual le tocó Dios y como no controla su infinita fuerza, comentó un agente que revolvía entre los papeles de su mesa. Por el caos parecería que hubo ladrones y que buscaban algo. Ella, que lo conocía bien, sabía que ese era el estado natural de su mesa y de su vida, el caos, ahora que ella comenzaba a acostumbrarse a ese caos, va este y se nos muere; pero eso lo diría seguro al llegar a casa, que ahora estaba en el súper.
Repasaron lo que había en la cocina, lo que podría haber comido y nada hacía sospechar. En la basura, un bote vacio de gazpacho (no reciclaba el muy antiecológico), un yogurt de marca blanca (a pesar o por la crisis); la bolsa del pan llena, las macetas recien regadas; el ordenador encendido, nada extraño en el correo electrónico:chistes, un video guarro de desconocida procedencia y un mensajito de amor de su amada. Si fuera por el historial de navegación, nadie podría adivinar ni lo que estaba viendo, buscando o leyendo: wikipedia, información sobre la Paz de Westfalia, sobre Münster, sobre el origen de la razón de estado como principio de actuación en el ámbito internacional y sus consecuencias como injerencia en lo jurídico de lo político, una página sobre manicura francesa en las uñas de los pies, y otra de recetas...
Ale, llamen a su señoría, que venga, lo levante y aquí paz y después, gloria, que no están los calores ni los cerebros como para andar investigando misterios, comentó el sargento.
En la calle, el solano quemaba cuanto rozaba a su paso y, en la hora queda del mediodía, gatos y personas corrían a refugiarse a la sombra más fresca.