Abril florecía frente a mi
ventana…la verdad es que no sé por que me ha venido a la cabeza este verso de
Soledades. Quizá porque son ya tres primaveras las que llevo encerrado aquí un
poco contra mi voluntad. Seguro que es porque vivo en la calle Antonio Machado.
Pegando la nariz al cristal y mirando hacia la derecha, se ve en la esquina el
cartel azul con el nombre del poeta. Qué calle más fea le han dedicado los del
ayuntamiento. Hasta ahora no me lo había planteado pero, es estrecha y, a poco
que tengas una ventana grande como la de mi habitación puedes ver la vida que
se desarrolla justo en la casa de enfrente. También es cierto que es la única
que queda habitada. Dos o tres más de esta misma calle ya son viejas cuadras
con arados oxidados y yerbas de todo tipo creciendo, helándose y quemándose al
sol según la estación; vestigios de adobe derruidos de otras vidas que pasaron.
Casi como yo aquí. La del tío Genaro en el número dos; la de la Isa la de
Panfi, en el siete que aún resiste casi entera. Alguna de ellas ha sido tomada
por los gatos. Estoy seguro que allí tienen comida, o alguien les pone. Los veo
entrar y salir con la tranquilidad que da la soledad de lo que se ha
desmoronado.
Hay uno que viene a visitarme
a esa hora del mediodía en que no pasa nada en el mundo. Lo veo desde mi cubículo,
en las tejas de enfrente paseando orgulloso y mirándome. Estoy seguro que me
mira y se asoma a mi ventana, a mi pequeño universo de cristal y se tumba al
calor y piensa que qué raro que debe ser ese animal que se limita a observarlo
desde un cuadrado del segundo piso de la acera de enfrente.