Este jueves nos invita
Charo a contar una historia sobre fantasmas...o compañas...por ahí va la mía...
El viento era tan fuerte esa
noche en M. que movió la campana de los Dominicos. Trece lúgubres tañidos que
recorrieron el pueblo entero junto al soplo del diablo. Ululuba por las
esquinas como las corujas y, de cuando en cuando, parecía que susurraba
palabras. A nadie encontró en su camino a pesar de ser temprano, porque las viejas
no tardan en esconderse en sus casas y tapar todas y cada una de las rendijas
por donde pueda colarse. Sonaba aquí y allá presuroso cerrar de persianas y
puertas. Aullaban los perros a su paso. Un reconocible olor a cera quemada llenó
la noche y el polvo de las calles comenzó a levantarse.
De más lejos a más cerca se
oía el fúnebre bisbiseo de un rosario.
El niño estaba inquieto esa
noche y no podía dormir bien. Muy al contrario que sus padres que, ya siendo
jueves, habían caído rendidos en la cama.
Otra vez el sonido negro de
los rezos se confundía con el viento. Maulló un gato negro. Y sonó la única
persiana en toda la calle que se levantó a esas horas de la madrugada. El niño
finalmente se había despertado para ir al baño.
El estruendo de las láminas
de plástico despertó a los padres que se encaminaron a la habitación del nene.
La cama estaba vacía. También el baño y el resto de la casa.
¡No por dios, D.
no vayas! ¿ Por qué te has asomado? ¿No te dijimos que avisaras a papá o mamá? ¡No
debías mirar por la ventana, no debías mirar por la ventana, mi niño guapo!
Los sollozos y la
vista que solo alcanzaron a ver alejarse la santa comitiva. Cesó de repente el
viento y el frío. Y un vacío nuevo quedó para siempre entre los tabiques de la
casa.