Este jueves nos invita Roxana a escribir un relato con "elemento" musical...pues ahí va el mío...
Ave María Purísima
Sin pecado concebida
Dime hijo, ¿cuáles son tus
pecados?
Pues verá, padre,
¿Padre López?
Sí. Soy yo. Lo he vuelto a
hacer. Y lo peor es que a estas alturas no sé si puedo parar.
El párroco de San Miguel, salió
del confesionario e indicó al padre López que lo acompañase. Cogidos del brazo
recorrieron la nave central de la iglesia. Sonaba bajito un kyrie y dos beatas
bisbiseaban. Se quedaron los dos un buen rato mirando a San Miguel Arcángel, espada en
alto y con el mal vencido a sus pies. El viejo párroco le dio su bendición y el
padre López, salió de la parroquia confesado y perdonado, como cada miércoles.
Se arrebujó en el abrigo y
salió para casa. Por la mañana temprano tenía un encargo.
Ese jueves amaneció frío. Se
puso el chándal y debajo la camiseta térmica. Apenas había salido el sol,
cuando el padre López estaba ya apostado en la terraza con el arma montada.
Respiró profundamente y se sopló las manos. Se colocó los auriculares inalámbricos
y seleccionó el Requiem de Mozart en el Iphone. La música lo ayudaba a
concentrarse y evitaba que oyera el silbido de la bala. La primera vez, se
había puesto la versión de Carusso que cantó Pavarotti, pero lo ponía muy
triste. Con esa canción lloraba después de cada disparo. Así que no la volvió
a utilizar.
El objetivo puso un pie en la
acera justo cuando comenzaba el Dies Irae. Un suave toque con el dedo índice y
listo. Bajó la cabeza y suspiró. Ya no lloraba. La justicia divina es lo que
tiene.
Al bajar a la calle ya se había
formado el típico revuelo de siempre en estos casos, pero nadie había visto ni
oído nada. Era muy temprano. El padre López, se santiguó al pasar por la acera
de enfrente y continuó camino de casa. Terminaba de sonar en sus auriculares, el Confutatis del Requiem. Repitió mentalmente sus versos, mientras preparaba el desayuno
antes de comenzar, ahora sí, con otras cosas.