Pues parece que va llover,
dijiste. Un trueno hizo temblar todo. Primero uno, luego otro, y otro más…comenzaron
a caer goterones gordos de lluvia. Casi hacían daño. Abriste el paraguas azul
con las estrellitas de la Unión Europea. Por un instante, todo sobre nuestras
cabezas volvió a ser azul. Nos resguardamos. Me tengo que marchar. ¿Te dejo el
paraguas? No hace falta, contesté. Esto es una de esas tormentas que dura
apenas lo que una relación. El llavero que usas era muy grande para los
vaqueros ajustados que llevabas y te costó sacarlo. Pero al final entraste en tu
portal.
Comencé a andar calle abajo pegado a las
paredes de los edificios. Más gotas gordas y más lluvia. Paré en otro portal. Por
el asfalto de la calle comenzó a bajar un poco de agua de color parduzco. Luego
un poco más. Esto deja las calles muy limpias, pensé ingenuo.
El agua arrastraba pequeñas
piedras, hojas y otras partículas negras que no sabía lo que eran. La lluvia me recordaba a la que yo vertía sobre las macetas con una regadera, o la
de la ducha. Por la calle seguían pasando restos de cosas que antes habían
estado en otros sitios. Más ramas, más palos, papeles, quizás cartas de amor o
declaraciones de la renta antiguas que alguien habría tirado en el contendedor
azul del reciclaje. El cielo seguía violeta. Algunos curiosos miraban desde
detrás de los cristales. Alguien encendía una luz amarilla en un tercero enfrente.
La corriente era cada vez más
fuerte, pasaban más cosas, más grandes, a más velocidad sobre el agua marrón.
Ya he dicho el color, ¿verdad?
Y yo estaba parado, quieto a
resguardo, o eso creía, en un portal cualquiera con un número 27 dorado encima
y unos telefonillos Golmar viejos. Pensé en llamar para que me abrieran. Soy
yo, y pasar.