26 octubre 2005

Tiempo de mercantilismo II (Vidas ajenas II)

Desde la atalaya que le dan sus muletas de madera, ve pasar filosóficamente el mundo, y el tiempo. Sí, yo creo que debe ser filósofo, tiene su silencio y su quietud.
Súbitamente ha retumbado una moneda en la vasija de plástico que sostiene en la mano. A él apenas le dan limosna, además cuando lo hacen suelen ser monedas de esas sucias, de esas de cobre. Una vez vio unas parecidas, eran chelines, las había traído un amigo suyo que había estado trabajando de camarero en Inglaterra; ¿Qué habrá sido de él? No sabe y, es más, al ratito se le ha olvidado hasta que tiene amigos.
El ruido de la moneda al chocar con el plástico le ha despertado de su ensimismamiento. Agradece la consideración del anónimo apresurado con una ligera inclinación de la cabeza, se lleva la mano un poco más abajo de la garganta y fuerza la mueca hasta que todas sus arrugas simulan el esbozo de una sonrisa. Es siempre el mismo ritual cuando cae ese metálico goteo.
Le he dado un euro.
Cuando ha insinuado la sonrisa, le he visto cara de niño, de pillo, de esos que hacían las trastadas en el pueblo, niños de post-guerra, de pantaloncito corto y calcetín al tobillo, de aquellos que tiraban piedras al río, pescaban en él y de aquellos que probaron un filete por primera vez a los diecinueve años. Niño de pillerías, estraperlo y joven de “me gano la vida con lo que puedo, con lo que va saliendo”. Ha sido camarero, ha recogido limones y ha despachado en una tienducha de ultramarinos. Eso, hasta que le toco hacer la mili, en la marina, en El Ferrol del Caudillo, y partió del pueblo, y ya fue todo un continuo deambular.
Ahora vuelve a dejar sus pensamientos. Lo peor de todo es la soledad entre tanta gente, con tanto tiempo. Lo peor es el tiempo para pensar; en la ancianidad sobra el tiempo, sobra pasado y falta presente. Pensar es un mal vicio.
Otra sonrisa de tierno agradecimiento. Veinte céntimos.
Pelea cada céntimo en silencio, sin carteles, sin estampitas de vírgenes o santos de reclamo, sin marketing, él es su circunstancia…¡¡y las pensiones están aseguradas!!
A veces da la impresión de que es él lo único autentico del acontecer de la calle, lo único real entre tanta fachada de cartón piedra, entre tanta gente preocupada por problemas que, en fondo, si lo piensan, no les importan lo mas mínimo. Es como si dijera “señores, yo estoy aquí, porque España es así”.
Alguna vez me he visto o imaginado en mi vejez pidiendo en la calle. Me ha parecido repugnante. “Antes de llegar a viejo y verme en la calle, me pego un tiro”, dicen algunos muy dignos, pero luego no se atreven.
Lo suyo es toda una vida para ahora verse así. De modo parecido piensan algunas beatas.
Otros pasan a su lado y, sencillamente piensan que alguien habrá explotándolo, “por eso no le doy limosna”.
Quizás son simples excusas, la gente pasa, lo mira y no lo ve. Recuerda durante cinco segundos al laringectomizado de una gran vía.
Conserva su silente dignidad, porque cuando joven, pensaba casarse, tener una casita y, quien sabe si, esa bendición de Dios que son los hijos; tenia más o menos planificada su vida…pero las circunstancias, la libertad, el error y…¡¡bah!! esas cosas, la liebre salta donde uno menos lo espera.
Pedir limosna es también un trabajo, de ocho horas, mal remunerado. Como en lo laboral debería estar prohibido pedir con más de sesenta y cinco años.
Y así pasan los días, los meses hasta que algún día pasemos y el laringectomizado se nos quede dormido frente a la caja de ahorros. Es un Ecce Homo.

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