Hoy me lo han recordado, cada vez que llueve, escribo. La lluvia, por inesperada, por insólita tiene esa cualidad de cambiar las cosas de color, de convertir las calles, los coches, las gentes en un extraño crisol de colores. Refrescan el alma las gotas que caen de no se sabe dónde. Creo que me apetece más recogerme en mis silencios y escuchar el eco de las palabras resonando por doquier; las cazo al vuelo, las escondo en mis manos y las suelto en mi diario o, por el contrario las dejo revolotear por mi habitación hasta que deciden posarse en el cuaderno, desplegando sus modernistas y coloridas alas.
Soy de los románticos de otoño, de los románticos de lluvia, agua clara y fresca.
Hoy me lo has puesto muy fácil, en mi tierra (que no siempre es esa donde uno nace, si no la que se inventa para vivir mientras se sueña) a eso se le llama: melancolía.
ResponderEliminarUn beso,
Mónica
bellísimo.
ResponderEliminarpara los adoradores de la lluvia, salud!
¡Como yo escribiese cada vez que llueve, iba a ser verdaderamente prolífico!
ResponderEliminarLa verdad es que, habitual y todo, la lluvia crea un ambiente y un ritmo especiales.
Un abrazo.