El Hobbes III era la típica embarcación que parecía que iba a romperse en mil astillas en la siguiente ocasión en la que tocara las parduzcas aguas, a pesar de lo cual, llevaba años y años remontando el Río Perfume en Hué.
Jean, había oído muchas de las leyendas del río a lo largo de todo el tiempo que lo surcó. Él mismo ya formaba parte de la leyenda; no en vano había pasado de hijo de pequeño burgués parisino, de comprar libros y novelas de amor en la Rue Lafayette a contrabandista de opio primero y transportista de todo tipo de cosas y personas después. Piensa en las amantes que ha visto su barco; las parejas furtivas que llevaba a los bosques cercanos, piensa en mandarines confiados y sapientísimos monjes ascetas...
Entre el olor a brea y a pescado que aún tiene algún viejo embarcadero, recuerda con desdentada sonrisa, como en la eterna estación de las lluvias, un leve manto de flores cubría la superficie de las aguas y como los pétalos se abocaban vertiginosos hacia una incierta desembocadura. También recuerda como la conoció a ella, su primer único amor y su sonrisa mientras apartaba su lindo pelo liso para, cogiendo del agua una flor, colocarla sobre la pequeña oreja y besar el blanco y elongado cuello...recuerda y recuerda, mientras suena a la hora de siempre la gran campana de una pagoda, un pétalo se pierde entre las aguas río abajo, cae el sol viejo y dorado y al mirar a su vera, es observado por la mejor de miles de razones por las que se quedó a vivir aquí...
Sabía yo que ese gran viaje sería inspirador de relatos tan bellos. Me gusta especialmente por el quiebro que hace. Al inicio pensé que era una remembranza piratesca y acabo siendo una afirmación romántica. Muy bueno, Max.
ResponderEliminarSaludos.
Aissss qué bonito!!! Estoy con Goathemala. Ole-ole que el viaje comienza a dar frutos y los compartes con nosotros...
ResponderEliminarUn besote enorme, Max ^^