El abuelo se murió sin querer, con una de esas muertes de domingo; todo el mundo volviendo de la playa, de puente o de fin de semana y él que decidió irse. No podemos decir que fue algo inesperado porque a sus noventa y seis años y con todos los achaques que tenía, ya hacía tiempo que venía dando algún que otro susto, pero no en los últimos tiempos. Había vuelto a retomar sus viejas rutinas: por las noches se dedicaba a pasear casi sonámbulo; por las mañanas espantaba a las palomas que anidaban cerca de su balcón; había vuelto a leer con asiduidad y a creerse casi todo lo que leía y a no interesarle nada de lo que echaran por la tele. En realidad, no le importaba casi nada de lo que pasara fuera de su casa, de su mundo. De vez en cuando se ponía el futbol en los grandes eventos (mundiales, copas de europa, etc...) y era por lo bonito que hacían las combinaciones de colores: pocas cosas había más vistosas que un Brasil-Francia, por ejemplo, en alta definición de esa. También había vuelto a fumar. Bueno, en realidad eso no era una de sus rutinas, pues había comenzado a fumar en pipa, sin motivo alguno, a los ochenta y nueve.
Desde aquella tarde comencé a verlo de cuando en cuando. Al principio me parecía que estaba detrás mío en el espejo mientras me afeitaba medio a oscuras por las mañanas. Serio pero tranquilo. Alguna vez como una sombra que pasaba junto a mi por la calle, o "volando" por casa. Claro está, esto no se lo he contado a nadie, porque nadie me creería, pero es cierto, muy cierto, que como espíritu libre que fue, revolotea ahora en derredor mío, aunque no se bien por qué. Tampoco es que me importe mucho, aunque tengo a buen seguro que no será para nada malo, pues como decía la abuela, "era más bueno que el pan bueno", valga la redundancia, abuela.
Desde aquella tarde comencé a verlo de cuando en cuando. Al principio me parecía que estaba detrás mío en el espejo mientras me afeitaba medio a oscuras por las mañanas. Serio pero tranquilo. Alguna vez como una sombra que pasaba junto a mi por la calle, o "volando" por casa. Claro está, esto no se lo he contado a nadie, porque nadie me creería, pero es cierto, muy cierto, que como espíritu libre que fue, revolotea ahora en derredor mío, aunque no se bien por qué. Tampoco es que me importe mucho, aunque tengo a buen seguro que no será para nada malo, pues como decía la abuela, "era más bueno que el pan bueno", valga la redundancia, abuela.
Extraordinario, sin más, extraordinario, no deja usted de sorprenderme.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tan cálido relato...
ResponderEliminarSaludos.
Amigo Pedro, merced que me hace...espero seguir haciéndolo...
ResponderEliminarun placer su visita...
Leticia, gracias, en cuanto tenga un hueco me paso por su blog...
A ambos, gracias, muchas...
"Más bueno que el pan bueno", cuanto se dice de una persona con algunas expresiones.
ResponderEliminarMi mujer me ha contado que también presentía a su abuela al poco de ella morir y, al igual que el personaje de tu tierno relato, no le inspiraba miedo alguno, más bien al contrario.
Un abrazo.