Nos propone Dorotea esta semana que hablemos del frío. Y dado el tiempo que estamos padeciendo, vamos a refrescarnos un poco. Ahí va mi aportación.
Esta mañana el diario
comentaba la noticia de que el tren que va al norte, hacia la montaña sagrada,
había tenido que parar dos estaciones antes de lo que era habitual debido a la
nieve. De haber seguido no habría podido llegar al templo de Tstasumoto, al pie
de la montaña. La gente estaba molesta porque tampoco sabía si por la estrecha
carretera que recorre toda la región de sur a norte iban a poder alcanzar su
destino. Y justo en el festival de otoño, cuando más gente visita el templo
sagrado. Pero esta vez parece que los dioses vuelven a jugar y han adelantado
una tremenda nevada…
Los habitantes de la zona
están ya más que acostumbrados al tono violeta que tiene la nieve en el norte. Ahora
estarán preparando todo para el ceremonial del te. También sacando las mantas y
los aperos de cara a la nueva estación. Estarán los arces ya desprendiéndose de
la hoja y las zonas, antes boscosas, comenzarán a parecerse a los brazos de los
viejos, y serán azotadas por el viento, y sonarán sus ramas como las tablillas
litúrgicas en los santuarios.
Comenzarán por aquí y por
allá a aparecer los humos de las
chimeneas señalando dónde están las aldeas con sus casas y las casas con sus
gentes. Y todo se hará más difícil en este país de nieve. Y silente se llegará
el invierno que hace mínimas todas las cosas. Todo se para, se hace más lento. Se
helarán las conversaciones que, desde este momento, vagarán enganchándose a las
ramas de los matorrales como girones blancos de niebla y quedarán pendientes hasta la primavera.
Quedará el templo vacío, con
sus monjes. Y la montaña sagrada, mostrará durante un tiempo sus más puras
formas blancas, dominando como los dioses el destino de todos nosotros.
Este texto tuyo lo he palpado letra a letra... Y me deja ese regusto místico que tanto me gusta.
ResponderEliminarBesos.
Como esa nieve que lo invade todo he sentido tu relato, poco a poco lo he ido degustando.
ResponderEliminarUn abrazo
Te ha quedado un relato muy poético, con esas descripciones tan bonitas...me trasmitió serenidad...Cómo será la nieve con un tono violeta? Me gustaría verla...
ResponderEliminarUn beso
Trasmite la tranquilidad de los fríos días de invierno y el poder de la naturaleza.
ResponderEliminarUn saludo.
Esos ritos invernales tan simbólicos, tan espirituales, resultan muy extraños y lejanos estas latitudes en las que el calor nos acapara la mayor parte del calendario.
ResponderEliminarUn abrazo
Que boniito lo has dicho Max, En estas tierras altas y frias, sus habitantes son más espirituales y místicos. yo creo que es porque se sienten más cerca de Diós.
ResponderEliminarUn texto precioso amigo mio. Besos y mucha salud.
Has pintado un paisaje precioso que me ha hecho por momentos revivir el invierno.
ResponderEliminarDebe de ser extremadamente complicado vivir en aquellos lugares donde incluso "Se helarán las conversaciones".
ResponderEliminarUn gran relato con un buen sentido poético, donde la nieve parece el alma de Dios.
Un abrazo
No soy amante del frío, por el contrario, lo padezco... pero tu relato me gustó, me dió esa serenidad que da el ver nevar en montaña.
ResponderEliminarUn beso.
Un precioso relato inspirado en tierras lejanas. Tablillas sonoras, ceremonia del té, monasterios, paisajes y costumbres de otros pueblos. Me aterra pensar en esos inviernos tan duros donde hasta las conversaciones se hielan y esperan de esa forma tan poética como lo has descrito.
ResponderEliminarUn beso.