Una de las cosas buenas de todo
esto es el rojo satén y el acolchadito interior. He tenido que redecorar la
casa y comprarme un ataúd. En el salón que tenía los muebles de estilo colonial,
los he tenido que cambiar por otros de estilo gótico, porque ¿dónde se ha visto
el ataúd de un vampiro rodeado de muebles caoba, mecedoras con trenzado de madera,
sillones de torneadas patas y aparadores como traídos de Oriente, África o el Caribe?
Todo vendido por Wallapop. He podido sacar un buen precio y comprar ataúd, velones
negros y me ha sobrado para cambiar la ventana. He quitado la que tenía de
doble hoja con persiana y he puesto un arco ojival con vidriera. El estilo de
un vampiro que se precie, es el gótico. Moderno, flamígero, churrigueresco,
pero gótico. Ese estilo highschool americano
de las sagas que se ve por ahí, es una modernez in-a-su-mi-ble.
Ahora tampoco soporto el ajo,
con lo que antes me gustaba en ensalada con un buen tomate raf, o para todos
los sofritos, o el alioli para un arroz a banda o caldero.
Y he quitado los espejos, ¿para
qué? Aunque me gustaba pintarme la raya del ojo, o un poco de gloss en los
labios antes de salir. Como aquella noche.
Me recogió en la puerta de casa
y fuimos a cenar a “El Chuletero” un
sitio especializado en carnes. Él apenas probó nada. Eso sí, estuvo durante
toda la cena levantándose para ir al baño. O eso decía. Hablamos, reímos y
bebimos mucho vino. Tanto, que a mí no me apeteció ir a tomar una copa después.
Le pedí que me acompañara a casa y, si quería, lo podría invitar a un café,
pero a nada más. No debió entender. Entramos a casa, dejamos los abrigos y fui a
la cocina. Estaba preparando el café y, cuando me desanudé el pañuelo de seda
que llevaba al cuello, se abalanzó sobre mí y me dio un apasionado mordisco en
plena yugular. Al principio me excitó, aunque más tarde me desvanecí. Luego me
confesaría que no pudo evitarlo. Ese cuello tan blanco, tan libre. No era
pasión, no era yo. Era hambre.