Hoy lo he visto pasar con su rápido caminar como siempre, es menudo, muy menudo, lleva pelo negro corto y gafas de las de culo de vaso. Apenas un manojo de huesos y carne. Lleva paseando la ciudad algo así como unos sesenta años, siempre a paso veloz, por todos sitios. La verdad es que nunca sé bien de qué ha vivido. Cuentan los más viejos del lugar que lo dejaron en la inclusa y que siempre ha vivido de la caridad (no es un mendigo) y ayuda de la gente. Es conocido en toda la ciudad por una sola cosa: piropea a toda mujer joven que se cruza en su camino. Piropo del bueno, torero, piropo de los de ponerse firme al paso de la niña y mirarla a los ojos antes de decirlo. Las palabras salen de su boca y giran como una revolera de capote en una plaza de toros. Son casi poesía. Son graciosos. "El Pichilate" es un galán, a pesar de no ser ni guapo, ni alto, ni nada de nada (un Don Juan católico, feo y sentimental que diría mi admirado Valle). La joven que se ha cruzado justo delante de él, ha terminado sonrojada y sonriendo ante el retruécano verbal hecho por el personajillo. Esto me recuerda, lo faltos que estamos, últimamente y en general, de piropos graciosos, románticos, poéticos...lo faltos que estamos de poesía y sensibilidad.
En fin, desde aquí un pequeño homenaje al personajillo que pasea por esta ciudad de provincias, el piropo fácil y verbo sandunguero.