No se la razón por la que en esa ocasión te llevé rosas en puesto de las azucenas que siempre habían acompañado mis visitas. "No me gustan las rosas, y lo sabes". Me espetaste al recibirme en la puerta. Pero eso fue todo. Asomas un poco la cabeza, vigilante de que no me haya visto nadie y, tu mano suave, me atrae hacia dentro, hacia lo desconocido.
El cuarto, estaba envuelto siempre en esa penumbra anaranjada que dan tus persianas bajadas y ese sol rabioso de verano que lo quemaba todo fuera de nuestro recuncho. Yo traía la lección muy bien aprendida; comenzaría por el lóbulo de la oreja, tras ello el cuello en su parte posterior y así, ir desgranando besos hasta oir tu primer suspiro. Tras ello, levantar la chambra que usabas los veranos y acariciarte hasta notar el primer estremecimiento de tu piel. La pureza de la belleza femenina se encuentra la curva de la cadera, una perfecta S, que tiembla trémula al roce de mis dedos; se eriza la piel tras el suave recorrido; el ombligo, otro leve soplo...
Desde entonces la pasión para mí tiene color naranja, es azul de ese verano en el que me utilizaste y jugamos. Y es el blanco del tacto de tu piel en el recuerdo de aquello que mis manos enseñaron a mi, ahora, nubla visión.
Hacia mucho que no entraba por estos parajes ..y como siempre que grata sorpresa al leer nos "miscelanios" :)
ResponderEliminarCuánta sensualidad en este relato, amigo.
ResponderEliminarCaramba, que belleza de texto. Desconocía esta faceta tuya que me sorprende muy gratamente.
ResponderEliminarSaludos.
Dulces palabras para describir todo un mundo de sensualidad...
ResponderEliminarPrecioso relato!
Besos