16 agosto 2008

Una Historia de Agosto II

"¿Si me porto bien me contarás historias de sirenas?". A su promesa de contarme las historias de sirenas que supiera, hube de responder yo con otra de comprarle una bolsa de chuches a la mañana siguiente. Sus ojos se iluminaban mientras iba relatando el modo en que las sirenas salían de la mar en busca de un apuesto príncipe que fuera el amor de su vida, que la quisiera mucho y que la cuidara para siempre; si lo encontraba, serían para siempre felices y comerían perdices. Traga una fresa de gominola y sus minúsculos deditos escarban en la bolsa en busca de una nube...La Niña Rubia me cuenta las historias cuando el sol, convertido en una enorme bola naranja, despide el día.
Lo que no sabe es que las sirenas, no son tales, que se llaman ondinas, pero yo no se lo digo, aunque alguna vez se lo he susurrado al oído mientras dormía; es cosa que ya aprenderá cuando sea una adolescente descreída. Y cuando ella duerme es cuando ELLAS vienen se acercan a nuestra orilla.
Lo que tampoco sabe es que yo he sido una de las pocas personas que ha visto una. Fue en una de esas nochas claras y azules del verano en las que la luna argentaba una franja de mar. El viento rizaba su superficie y las olas cíclicas caían cansadas unas tras otras en la fresca arena de la noche. El mar tiene esa terrible y maravillosa cualidad de hacer del tiempo y la existencia una cosa nimia y fácil de olvidar.
Cuando surgió de entre las aguas la cabeza, pensé que algún trasnochado joven podía estar bañándose desnudo para calmar el bochorno de la noche. Pensé también que podía ser alguna persona ahogándose, pero ¿a esas horas?. Fue cuando divisé bajo la luz lunera una enorme cola de pez, cuando realmente supe lo que estaba pasando y viendo. No estaba lejos, no hizo ruido, ni chilló, no chillé. Saltó dos o tres veces, hizo alguna ágil cabriola sobre sí misma y se marchó mar adentro para no volver jamás. Pensé que no debió gustarle lo que vió. Lo que es seguro es que la vi y por eso puedo afirmar que existen.
Desde entonces, procuro volver todos los 17 de agosto por la noche a ver los atardeceres frente al mar con la Niña Rubia; a ver cómo asciende la luna llena para luego bajar a iluminar el mar y dejar a su paso estelas de sueños blancos y a ver, si vuelve a aparecer alguna ondina a la que le pueda gustar la orillan y esta parte seca del mar; aunque a veces pienso que lo que quizá quieran sea conocer a la Niña Rubia en sus sueños.

5 comentarios:

  1. "El mar tiene esa terrible y maravillosa cualidad de hacer del tiempo y la existencia una cosa nimia y fácil de olvidar", escribes.
    Y respondo: buena, buena y más buena esa filosofía que sabes trenzar en tus historias, así como quien no quiere la cosa, ¿eh?, como si sete cayeran por casualidad de las manos.
    Entre la abuelilla de tu historia anterior y esta niña rubia..., ¡jo! ¡qué pasada!

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  2. Aún así... sigue siempre regresando cada 17 de agosto... mientras lo hagas...

    Mientras lo hagas seguirás estando vivo... ¡¡VIVO!!...al 100%, y eso, si que no lo podemos perder jamás...

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  3. Alguna se atrevió a salir, estoy segura. Lo que encontró... eso ya es otra historia ;)
    Si somos buenos..., ¿Nos contarás más historias de sirenas?
    Un besote, Max!!

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  4. Gracias,Atticus...me alegro mucho de que le guste,vamos haciendo lo que podemos...
    Mia,gracias por la visita...y sí,supongo que sigue volviendo,por si acaso
    Lludria,cuánto tiempo,da gusto reencontrarse con los amigos...y amigas
    besos y gracias a las tres

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  5. Pensé que era la continuación de la abuelita anterior y compruebo que es otra historia albergada en el mes de agosto. Ambos me han gustado mucho. Ambos piden continuación.

    Hasta dentro de un ratillo.

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