Aquella mañana estaba la niña jugando con una muñeca de trapo y barro, como muchas otras en las que no iba al colegio y se dedicaba a ayudar a madre con el baldeo de la puerta o a intentar echar las moscas de la casa, lavar la ropa de los más pequeños o ir a por agua.
El pozo estaba a unos cuatro kilómetros, cerca de la cantina y del colegio. Muchas mañanas, dejaba los cubos con agua en la puerta y pasaba a alguna clase. Se estaba un rato repitiendo las lecciones y, cuando los niños iniciaban el rezo antes de salir al recreo, marchaba corriendo para llegar a casa antes que él o para no cruzarse con él por el camino. Si la veía, la llamaría y tendría que acompañarlo baboso y borracho hasta casa. Y se demorarían un poco en el bosque, junto a los heliotropos, a pesar de que su madre le tuviera dicho que no tardara y que no se entretuviera con nada ni con nadie. Aunque ella pensaba que mamá se refería solo a desconocidos. Pensaba que mamá no la regañaría si, al final, no derramaba el agua y llegaban los baldes casi llenos.
Él llegó borracho y mojado. Fuera caía aquella lluvia fina que iba poco a poco desgastando las almas hasta convertirlas en regueros de muerte lenta. Se tambaleó y se echó encima de la niña. La agarró de la muñeca derecha y tiró de ella hacia la puerta del chamizo. La niña soltó un pequeño quejido. La madre se interpuso entre ellos y la salida. Él le escupió toda su desgracia y, de un puñetazo en la nariz, la apartó. Al caer el pelele, una luz blanca lo cubrió todo por un segundo.
Y salieron. Y seguro recorrerían la senda embarrada de vuelta a a la cantina. Y allí estaría D. José, que miraría los enormes ojos negros de la niña, muy abiertos, como de muy saber. La cogería de las manitas y lo invitaría a él a un trago como anticipo. Don José era bueno, eso le había dicho siempre su padre. Y eso le decía él a la niña.
Él se acodaría en la barra, como muchas mañanas en las que salía de casa muy temprano y llegaba muy tarde. Y de vuelta, oiría los rezos de los niños en el colegio, cada vez más lejanos, antes de que salieran al recreo. Sudaba y seguía teniendo sed.
Triste historia de inocencias perdidas., me impacto este relato tuyo por la crudeza que se siente...bss
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