31 julio 2023

Descanso (Dvorak)

A Dvorak le gustaba componer en las tardes de tormenta. Disfrutaba con una emoción infantil viendo acercarse las nubes, cirros, cúmulos y nimbos. Grises y morados con sus formas redondas. Al resto de la gente del pueblo le daban miedo y comenzaban a correr como si fuera 31 de julio, encerraban a las mulas, los arados, las gallinas y a los niños que corrían sucios por los andurriales.

 

Con las primeras acometidas, Dvorak cogía un gabán verde que tenía y salía a esperar a los elementos. Y veía. Y escuchaba. Un relámpago y un trueno. El sonido de las gotas al golpear contra el barro del suelo. Un par de notas. El hueco que dejaban. Una corchea. Otro relámpago, otro trueno. El viento que venía a unirse a la melodía. El grito de un aldeano. Las maderas del carro que crujían en el camino de vuelta a casa de las labores del campo. El frío, la soledad. De repente, el silencio. Y todo explotaba, los violines, los violonchelos in crescendo, timbales, platillo y oboes que seguían el irregular ritmo del agua y el viento. Las hojas de los árboles que se doblaban con la fuerza de la música…viento, viento, el bajo. Una flauta travesera y un flautín distorsionan el aire. Son el vuelo de dos pájaros rezagados. Llevan prisa de ciudad.

 

Al joven Dvorak se le moja la barba y el escaso pelo que aún le queda en la cabeza. Se protege bajo los árboles que hay frente a su casa y cierra los ojos. Hay un tono discordante. Abre los ojos sobresaltado. La obra no es perfecta. Se ha formado una pequeña charca y un sapo ha croado. En un segundo da al traste con todo. La lluvia furiosa ha dejado paso a una cortina suave y fresca que apenas acompaña los pasos. Aquí, una fuga, piensa. Huyen las nubes. Tendrían que descender los instrumentos por secciones, pero no termina de verlo claro. El “croac” del sapo le taladra la cabeza y hace que casi olvide todo lo que había memorizado antes. Mira a la charca y allí está. Quieto y orgulloso. Creador.

 

Dvorak está completamente mojado y furioso. Tanto que, por un momento, ha pensado continuar caminando y seguir los pasos de la tormenta. Deshecha pronto la idea porque está anocheciendo. Ve salir humo de la chimenea del salón y de la de su cuarto de trabajo. Anna la habrá encendido en espera de la calma compositiva que siempre suele llegar tras la tormenta. Aún no sabe que Antonín Leopold Dvorak, como lo llama cuando se cabrea con él, ha decidido mudarse a un sitio menos húmedo, de música y notas más astringentes. Van a marchar por un tiempo a Estados Unidos. Lo invitaron hace no mucho y esa misma tarde protegido bajo los árboles ha decidido que irán. Quizá no haya sapos, ni se formen charcas de la nada que hagan saltar notas discordantes. Quizá mi música sea más seca, diminuta, más marrón; para cuartetos de cuerda. Aún no lo sabe. Tendrá que escuchar y ver. Cambiar de rutinas y rituales. Será largo quizás, como un atardecer de verano