26 abril 2011

Viernes Santo

El intenso olor a incienso y un espeso humo de oficios lo cubre todo, se eleva y desciende, recorre rincones y llena toda la nave central, iluminada, y las capillas, semioscuras. Él ocupa el centro frente al altar, yace magullado y humillado de muerte humana sobre un paño púrpura que hace que recoge la sangre de la talla.


Doliente, una señora, parece que reza a su lado. Pero no. Es algo más. Llora, acaba de perder al hijo. ¿Qué te han hecho?. ¿Qué te ha pasado?. Susurra a su oído. Le recorre con sus manos. Toca y roza su cara levemente con sus dedos de tabla; inerte y con la mirada perdida, la muerte no responde. Suave. Besa sus heridas. Suavemente acaricia sus pies. Le han robado sus entrañas. No reza. Se duele de que le hayan arrancado al hijo, a su hijo y siente un dolor eterno, sin esperanza, insondable. ¿Qué te ha pasado?, ¿qué te han hecho? No te tenías que haber ido así, tan pronto. Y no encuentra respuestas, hoy no las tiene. Levanta la vista y, justo enfrente de ella, un señor, con la mano en la boca, llora su llanto, le duele su dolor...solo entonces, con la misma suavidad, encuentra algo de consuelo y, entonces, solo entonces, comienza a entonar una oración que susurra a Su Oido...