30 enero 2009

Yliana

Yliana tiene todo lo que un hombre puede desear; piensa el adolescente. La verdad es que, al cruzarme con ella todos los días camino del trabajo no entiendo. Apenas unas incipientes formas redondean su camiseta y sus jerseys, sí, esos de cuello ancho que se llevaban en los 80´s y que vuelven a estar de moda. El trasero que, manosea de modo impúdico su especie de amigo cuando caminan juntos, tampoco tiene nada digno de mención, más bien es escaso, pequeño. No son sino dos sinuosas curvitas incipientes bajo un pantalón elástico que vale para todo y todos los días. Delgada, casi enjuta. El pelo, hirsuto, con mechas amarillas en las puntas, hasta casi media melena. A su paso, Yliana, llena el aire de dulzones efluvios de la fresa de su perfume. Se mezcla con el tabaco y lo que no es tabaco que, a veces fuma, porque todas sus compañeras de clase lo hacen.
Yliana tiene pocas ganas de estudiar y, muchas menos de trabajar, pasea por los parques, esconde besos en muchos portales; se deja tocar, que para eso es popular, de anochecido a oscuras, o en su casa que sus padres salen a trabajar muy de mañana. Escucha música y reparte sonrisas a todos aquellos aspirantes a la pequeña gloria de sus serpenteantes formas. Día tras día, soporta, apegada a la realidad una tristona existencia impúber de can viejo.
Yliana tiene todo lo que un hombre puede desear, piensa lúbrico, el adolescente. Quizá todo lo que necesita para sobrevivir, piensa el adulto, instinto e ignorancia en porciones iguales.

11 enero 2009

Militón

"En mi descargo, señoría, he de decir que no existe posibilidad de condena porque no se ha producido el hecho punible contemplado en el tipo del código penal militar...".
Releía su última declaración sentado en la terraza de su casa de veraneo en Mazarrón; pensaba en lo ingrata que es la gente, había sido condenado al olvido en apenas un par de años, y ahora su vida se reducía a salir por las mañanas a comprar pescado a la plaza de abastos y pescar y leer mirando al mar en las frías-cálidas tardes de invierno mediterráneo...
Todavía recuerda las miles de reuniones preparatorias, en los cafés del centro en Ciudad Capital, había tomado miles de folios en notas, con movimientos de tropas, con llamadas, con mensajes cifrados, con todos los pasos que serían necesarios para el gran despliegue que se debería hacer; había hecho las llamadas pertinentes y, para su sorpresa, vio que contaba con parte de la cúpula, viejos camaradas salvapatrias, que habían resistido a la limpia y la enésima remodelación; no tenía claro contar con los suboficiales, estos ya habían sido contaminados con ideas democráticas y no pensaban que nuestra sempiterna superioridad moral fuera algo bueno que necesitara ser preservado.
Todavía recuerda con un cierto gusto dulzón el ajetreo, las miradas furtivas para evitar que le siguieran y los cafés en esos viejos y amaderados despachos de sus camaradas..."Por supuesto el Borbón fuera, eso ha de quedar claro, ya veremos si queremos República o nos quedamos nosotros, pero no queremos rey..." Y risas, porque había risas; estábamos ebríos de poder, aunque aún no lo teníamos, y felices de lo fácil que iba a ser, la sociedad civil estaba dormida, había sido vapuleada en los últimos tiempos y no sabía ni hacia dónde caminaba siguiendo a líderes y lideresas adocenados.
Para pensar el día "D"efinitivo y los primeros movimientos, nos citamos en el Café de la Montaña, sede de literatos y tertulias, donde nadie pudiera sospechar de ver a gente rara; además sus maderas habían sido testigos casi mudos de otras conspiraciones, de iconoclastas discusiones y de otras rebeliones de humo, café y palabras altisonantes. Discutíamos los detalles, cuando caí en la pregunta que luego llevaría a abortar todo el montaje: ¿Qué hago yo con el país, una vez que llegue a presidente?. El puñado de viejos militones que conformaba ese extraño conglomerado rebelde, cayó también en la cuenta; teníamos el "cómo", pero no sabíamos el "qué". No teníamos ni idea de lo que hacer al día siguiente, cuando se hubieran apagado las risas por el triunfo y los vítores en las grandes avenidas del país...nos miramos sinceramente a las caras, nada más que se veían arrugas engullidas por la vida, bigotes amarillentos por el tabaco y ojos vidriosos que ahora nada más que se encendían con el sonido de la música militar y que alguna vez habían soñado con guerras y batallas importantes, de esas que una vez vieron en los libros o ahora por la televisión...pero nada más...
Recogimos nuestros grandes carpetones de planos, notas y órdenes. Salimos en atardeciendo por la Puerta del Sol, cabizbajos como niños tras partido perdido. Fuera, tres patrullas de los nacionales nos esperaban. No supimos, pero hacía tiempo que seguían nuestros pasos. Con la suavidad con la que se trata a un gato herido, nos introdujeron en los furgones y de allí a comisaría. No lo saben ustedes, pero estuvimos cerca, muy cerca.
"Señoría, no se da el tipo consumado de rebelión, no hubo nada más que un viejo plan,en consecuencia entiendo que debo ser absuelto...". Volvió a leer en el papel timbrado del Estado.
Todo acabó con un par de tortas en la comisaría el día de la detención, un arresto domiciliario por dos años como pena, un olvido más que necesario y la espera de la muerte uno de estos días, aquí, mirando al mar, pescando y soñando con rebeliones como cuando teníamos 17.