24 julio 2014

Este Jueves un Relato: La máquina del Tiempo: Tireless



Y al leer la orden, todo el universo se me vino encima. “Desde la notificación de la presente y por orden del juzgado de instrucción número cinco de la Audiencia Nacional, de conformidad con lo que establecen los artículos 546 y siguientes de la Ley de Enjuiciamiento Criminal se autoriza la entrada y registro en la sede de la empresa Tireless, S.A. y la incautación de cuantos elementos sean relevantes para la causa…”. Y así continuaba una resolución de unos seis folios que me dieron nada más llegar ese lunes a la oficina. Me permitieron quedarme durante el registro e incluso el juez que daba órdenes aquí y allá me hizo alguna pregunta irrelevante. Duró ocho horas más o menos. Y era el fin.
Al igual que las impresoras 3D de alimentos no acabaron con el hambre en África sino que crearon hordas de gordos europeos, nuestra máquina tampoco alcanzó el fin deseado. Y si bien, la concesión exclusiva del gobierno nos permitió al principio el control de los viajes en el tiempo, cuando la concesión caducó y surgieron por doquier máquinas Tireless para uso doméstico, los viajes al pasado (no incluímos la tecnología para viajar al futuro) se convirtieron en un problema de orden público. Gente que dejaba de ir a trabajar, apariciones fantasmagóricas por doquier; y económico porque la gente dejaba de viajar a las playas y montañas para irse uno o dos siglos atrás, o unos años: hoteles y zonas de veraneo vacías como tras un holocausto nuclear. Por suerte tampoco incluíamos la posibilidad de transformar el futuro desde el pasado, con lo que minimizábamos los riesgos. Aún así, los gobiernos y, entre ellos el nuestro, consideraron inasumible que la gente estuviera moviéndose de esa manera, escapando a todo control y decidieron que se acabó. El delito fiscal es solo un pretexto, el procedimiento una farsa.

Con todo y con eso, la tecnología ya está en la calle y al alcance de todos, y será imposible su control aunque yo esté en la cárcel, eso sí si no me largo unos siglos atrás de viaje.

Muchos más relatos en el blog de María José 

16 julio 2014

Convocatoria Juevera: Túneles

Me invita mi amiga y compañera del taller de cuento Charo a participar en las convocatorias que, desde hace un tiempo, llevan a cabo un grupo de blogueros todos los jueves. Intentaremos estar a la altura. Pues ahí va mi historia.

Por un lado rodeándonos, la enorme estación de Munich. Del otro, nuestros pequeños e ininteligibles billetes de la DB Bahn en la mano. Menos mal que habíamos podido encontrar una máquina expendedora que funcionara en español. Andén 6 destino Salzburgo, una excursión cortita para visitar la cuna natal de Mozart.
El traqueteo y el madrugón hicieron que te durmieras a las primeras de cambio. Yo iba mirando por la ventana el bucólico paisaje de los Alpes lleno de florecillas amarillas y verdes praderas hasta donde alcanzaba la vista. Y montañas, altas cumbres que debíamos atravesar o subir para llegar a Salzburgo. Tu respiración acompasada a los saltos de las traviesas y tu cabeza apoyada en mi hombro. Una nube imposible tapó el sol por unos segundos y ante el tono gris que adquirió todo, no pude evitar pensar que, quizá, por estos mismos raíles habían viajado de ida sin vuelta muchos judíos durante la segunda guerra mundial. La vida a veces es en blanco y negro.
No sé el tiempo que llevábamos de viaje cuando, al fondo en la falda de la montaña, apareció la enorme boca de un túnel que se tragó el tren. Al instante las luces del convoy se encendieron despertándote.
El tren seguía avanzando, pero yo ya no era capaz de distinguir si de modo rápido o lento. Al asomarme por la ventana para intentar vislumbrar algo, el cristal me devolvía la imagen sonriente tuya y del resto de pasajeros. El tiempo dentro parecía no tener fin. El túnel tampoco. A mi me parecía que la marcha aminoraba mientras fuera era continúa la oscuridad.   

A nadie parecía preocupar que pudiéramos llevar horas o quizá ya días recorriendo un túnel hacia no se sabe dónde. Yo ya no entendía. Seguía intentando adivinar algo fuera, pero un color muerte lo colmaba todo. Pensé que podíamos estar parados. Que alguien vendría a rescatarnos. O que estaríamos perdidos para siempre en este túnel. O que, o que…tú seguías jugando con un mechón de pelo. Te miré suplicante y sonreíste. Suspiré. Fuera creo que seguía el traqueteo y la inexorable oscuridad.