En más de una ocasión se había quejado del Ayuntamiento que tenía el parque hecho un desastre; pero con esto de que lo gestionara una empresa privada ya se sabe. Claro, lo arreglarán para las elecciones, solía decir. Estuvo viendo como llevaban a cabo los trabajos para reparar la lona azul del fondo del lago artificial. Los trabajos eran lentos y cansados por el calor y el poco impetú que en la reparación ponían los operarios. Mañana tras mañana pasaba a por el periódico y se asomaba a la barandilla para ver la progresión del fondo azulado del agua. Y así transcurrieron sus primeros días de ese verano. De todos modos yo no lo llenaría de agua con la sequía que hay, comentaba.
Pero casi para mitad de julio los trabajos habían concluído. Un día siguiente cualquiera, anterior a otro y posterior a uno, pues en verano son todos iguales, asistió como una inauguración al llenado del estanque. Se sentó bajo un sauce llorón y se deleitó leyendo las desgracias del mundo pero con el murmullo del agua de fondo. Cuando el calor comenzaba verdaderamente a apretar, marchó a su casa a hacer los recados de su mujer viuda.
Al día siguiente volvió con la ilusión de un niño. Se sentó en un banco bajo un sauce llorón. Desmigajó el pan dentro de la bolsa y con la paciencia que solo los años dan comenzó a echar el pan al único pato que habitaba de momento el estanque. Supongo que llegarán más, aunque con esto de la gripe aviar, comentaba.
Por fin llevaba vida de jubilado, 65 años esperando eso. Ahora comenzaba su segunda infancia.
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