09 julio 2022

Galga

El alarido del animal se oyó sobre la música flamenca que vomitaba la radio de un Citroen con todas las puertas abiertas, las palmas y cantos de tres o cuatro mujeres y hombres y los gritos de los niños que correteaban junto al camino de la estación. 

Envueltos en una nube de polvo amarillo unos cuantos chavales rodeaban a una galga que se sostenía sobre tres patas. La cuarta pata estaba suspendida en el aire. Otros perros de la misma raza seguían correteando a la caza de liebres. La cosa no iba con ellos. Un chico moreno cogió a la galga coja en brazos para impedir que se apoyara. Se ha quebrao la pata, dijo uno. Si es que no estaba aún pa echarla a correr, grito otro. Que acaban de segar y está el campo lleno de piedras, comentaba otra. Todos hablaban mientras se iban acercando hacia donde estaban los galgos. 

Quedaron al borde del camino el coche con las puertas abiertas y una señora de pelo blanco que estaba sentada en un banco. Calzaba unas zapatillas de paño azul y una bata de verano con flores amarillas y verdes. Le costó levantarse y le costaba andar. Desde la tierra todos la veían acercarse a paso lento gritando y gesticulando con los brazos en alto. 

Todavía tardó un poco en alcanzar a todo el grupo que rodeaba al animal. La vieja se agachó, tocó la pata del bicho que dio otro grito y tiró un derrote para morderle sin llegar a hacerlo. Se incorporó, dio un bofetón al chaval moreno que aún sostenía a la galga y lo señaló con el índice. No vale pa na. Todas las arrugas de la barbilla se le marcaron en el gesto. 

Miró a lo lejos. Ni un árbol. La vieja se volvió a agachar junto al animal, lo acarició y lo abrazó a la altura del cuello. Apartó un poco el collar con la bandera de España que llevaba. Había una elegancia tristona en la mirada de la galga. En el fondo tiés suerte, le susurró. Ojalá los idiotas estos hagan conmigo lo mismo llegado el momento.  

Junto al antebrazo de la vieja sonó un crujido de rama. Apenas un segundo y todo se volvió a parar. Se levantó y suspiró. Tenía sudor en la frente. Los miró a todos y con sus pasos cortos y lentos se alejó de nuevo hacia el banco para sentarse.  

Todo seguía amarillo y seco mientras el sol caía en silencio. 

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