17 septiembre 2008

De Paso

Como una larga lengua gris, como una serpiente, se extiende la carretera ante el capó de nuestro coche. El sol que, a esta hora de la tarde desciende a la línea del horizonte, lo envuelve todo color naranja. A la sombra del vehículo parece que le han salido orejitas. En las riberas y hasta donde alcanza la vista, los campos secos y sedientos de otoño, amarillos, agrietados como las manos de un anciano.
A medida que el coche coge velocidad, pasan más y más rápido los postes que antaño transportaban los hilos telefónicos. Sus embreadas maderas y sus deshilachados restos han dejado escapar al aire miles de antiguas palabras, de viejas conversaciones de aquellas primeras comunicaciones por teléfono.
Pasa a nuestro lado una vieja estación de servicio abandonada. Las ventanas están tapiadas, y el orín ha cubierto los surtidores de una pátina rojiza. Por doquier, sus hierros retorcidos, inútiles como el canto de un pájaro enjaulado. Junto a la gasolinera, un pequeño murete derruido, entrecorta la visión de un prostíbulo abandonado y a su digno cartel de "Se Vende"; porque cerrada la gasolinera, ya no había paradas y, en faltando paradas, marcharon como sombras las soledades que se cobijaban por un momentín en la mancebía.
Los restos de nuestra postmodernidad son fantasmagóricos, extraños. Como esta antigua carretera, como este viaje que hemos iniciado.

2 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Una descripción espectacular. Me gustó mucho entera, toda entera pero esa evocación a todo lo que han trasportado los hilos telefónicos eso, por decirlo en plata, "se salió".

Un abrazo.

Raúl dijo...

Un lenguaje riquisimo, para un texto con ínfula apocalípticas.