Íbamos viendo al fondo los Alpes y, delante, las hermosas y verdes campiñas bávaras. En aquel regional de la compañía DB, hacía Salzburgo desde Munich, donde habíamos comenzado nuestra nueva historia. El convoy frena su marcha, y poco a poco toma forma un viejo apeadero, ahora remozado. Un policía conversa y el perro que sujeta ladra a la mole de hierro. A ambos nos da un escalofrío, nos miramos. Por estos mismos raíles, en sentido inverso hace años, miles de judios hicieron, hacinados, el trayecto inverso de un viaje sin retorno en fríos inviernos y no tan hermosas primaveras.
2 comentarios:
Tan breve y valiosa evocación. Seguramente en aquellas estaciones no tan hermosas los perros ladraban más y peor. Bien sabe usted que los perros se hacen a su dueño.
Un abrazo, me encantó.
Me alegran siempre sus visitas porque vienen cargadas de buenas palabras.
Un abrazo,amigo.
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