Me encanta el “descontrol” de estos fines de semana cercanos a las vacaciones de verano, en los que uno intenta adaptarse a la naturaleza de su cuerpo; levantarse cuando el cuerpo quiere, ir a dormir cuando ya no se puede más, comer cuando se tiene hambre. Pero hay una cosa, muy española que disfruto enormemente, y son las primeras siestas frescas en la casa de la playa. Tengo una habitación azul mediterráneo, una cama casi de matrimonio, el frescor, la brisa y el silencio necesarios para poder placidamente abandonarme al sueño, a lo que pida el cuerpo (que en eso estamos); coger un libro es la excusa, dos o tres líneas y el sueño que te doblega, una caída de párpados, dos y al tercer intento que lo consigue…a dormir.
Las playas están tranquilas aún, no hay masificación como en agosto, se ve el agua, se puede tomar el sol y se descubren los primeros cuerpos al sol, se mezcla el olor salino junto con el aroma de los bronceadores (¿de bronce?; supongo que sí). Al sol y al mar, vuelta y vuelta.
También es típica de los fines de semana, de estos fines de semana, la sensación de virginidad informativa que da el hecho de no escuchar un informativo, no leer ningún periódico (a lo más algún semanal). No saber, por algún tiempo, qué pasa en el mundo, ser uno mismo el mundo del que preocuparse.
En fin, ni pensar en lunes, acechante y en la rutina urbanita. No, mejor paladear el regusto dulce de las sensaciones preveraniegas.
Las playas están tranquilas aún, no hay masificación como en agosto, se ve el agua, se puede tomar el sol y se descubren los primeros cuerpos al sol, se mezcla el olor salino junto con el aroma de los bronceadores (¿de bronce?; supongo que sí). Al sol y al mar, vuelta y vuelta.
También es típica de los fines de semana, de estos fines de semana, la sensación de virginidad informativa que da el hecho de no escuchar un informativo, no leer ningún periódico (a lo más algún semanal). No saber, por algún tiempo, qué pasa en el mundo, ser uno mismo el mundo del que preocuparse.
En fin, ni pensar en lunes, acechante y en la rutina urbanita. No, mejor paladear el regusto dulce de las sensaciones preveraniegas.
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