29 enero 2008

Impossible Germany

Observo desde la tercera planta del hotel, los tejados de pizarra que brillan de lluvia al otro lado del río. El café humea en mis manos que van adquiriendo un tono rojizo a medida que se calientan. En la soledad de madera de la moderna habitación, echo un último vistazo antes de marchar a trabajar.
En la calle, cientos, miles, millones de diminutas gotitas de agua, se condensan y caen sobre este país imposible; la nube húmeda que conforman se mueve como una bandada de pájaros al ritmo que le marca una leve brisa de muy mañana.
El taxista que me conduce al trabajo no sabe español, tampoco inglés, ni yo alemán, menos mal que nuestra transacción va a ser sencilla y llevo en un papel dónde quiero ir.
Conforme avanzamos por la carretera, se dibuja la verde campiña salpicada de casitas grises y blancas...Wilco suena en la radio del taxi y en mi cabeza, me acuerdo de ti, quedamos a miles de kilómetros, no obstante en este mismo momento, sé a ciencia cierta que has estado pensando en mi y nos unimos por un segundo mirando los mismos rayos de sol que comienzan a romper tras la gris nube que cubría el horizonte...adelante esperan números, papeles y reuniones en un idioma hecho de declinaciones...pero ya no será lo mismo.

2 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Siempre me acaba sorprendiendo querido amigo. Me evocó la cadencia triste y romantica de Pessoa. Excelente el escrito, la manera en la que comienza y en la que termina.

Un fuerte abrazo.

. dijo...

No se lo va a creer.
Tengo un destornillador que se llama como usted se apellida.
Estrella.