28 septiembre 2018

Este Jueves, Relato: Línea 20

Esta semana, nos invita Mag a un juego literario. Coger una página al azar de un libro e incluir en nuestro relato la frase que figure en la línea 20...si lo he entendido bien.

Yo estoy leyendo ahora el libro de Ana María Matute "Algunos Muchachos y otros Cuentos" Biblioteca Básica Salvat, colección RTV.

Pues bien, en la página 112 y dentro del cuento La Ronda, es donde el azar me ha encontrado. Subrayo la frase que aparece en ese lugar dentro de mi relato. Espero que os guste.


¡Si supieras, si supieras ya como me están envenenando tus palabras! Creo que nunca quise escucharte. Y tus palabras saltaban a mi boca, se podían masticar y tenían un sabor amargo. Eran como besar algo muerto y créeme, recuerdo bien ese sabor. Yo quería también hablar pero tu mano encima me lo impedía. Y sentía como temblaba todo. El armario, la cómoda blanca del fondo de la habitación y la lámpara del techo, se movían y se hacían borrosas. Se filtraba una luz que cortaba a través de la persiana bajada. Chirriaba la cama a nuestro compás. Tus palabras eran ya apenas unos gruñidos pero seguían salpicándome, y manchaban, y dolían. Me iba faltando el oxígeno y cerré los ojos. Tú no callabas pero estaba dejando de escucharte, estabas cada vez más lejos y llena de tu veneno, me llegó. Y suspiré. Y sonreí.  




23 septiembre 2018

Sed

Aquella mañana estaba la niña jugando con una muñeca de trapo y barro, como muchas otras en las que no iba al colegio y se dedicaba a ayudar a madre con el baldeo de la puerta o a intentar echar las moscas de la casa, lavar la ropa de los más pequeños o ir a por agua. 

El pozo estaba a unos cuatro kilómetros, cerca de la cantina y del colegio. Muchas mañanas, dejaba los cubos con agua en la puerta y pasaba a alguna clase. Se estaba un rato repitiendo las lecciones y, cuando los niños iniciaban el rezo antes de salir al recreo, marchaba corriendo para llegar a casa antes que él o para no cruzarse con él por el camino. Si la veía, la llamaría y tendría que acompañarlo baboso y borracho hasta casa. Y se demorarían un poco en el bosque, junto a los heliotropos, a pesar de que su madre le tuviera dicho que no tardara y que no se entretuviera con nada ni con nadie. Aunque ella pensaba que mamá se refería solo a desconocidos. Pensaba que mamá no la regañaría si, al final, no derramaba el agua y llegaban los baldes casi llenos. 

Él llegó borracho y mojado. Fuera caía aquella lluvia fina que iba poco a poco desgastando las almas hasta convertirlas en regueros de muerte lenta. Se tambaleó y se echó encima de la niña. La agarró de la muñeca derecha y tiró de ella hacia la puerta del chamizo. La niña soltó un pequeño quejido. La madre se interpuso entre ellos y la salida. Él le escupió toda su desgracia y, de un puñetazo en la nariz, la apartó. Al caer el pelele, una luz blanca lo cubrió todo por un segundo. 

Y salieron. Y seguro recorrerían la senda embarrada de vuelta a a la cantina. Y allí estaría D. José, que miraría los enormes ojos negros de la niña, muy abiertos, como de muy saber. La cogería de las manitas y lo invitaría a él a un trago como anticipo. Don José era bueno, eso le había dicho siempre su padre. Y eso le decía él a la niña. 

Él se acodaría en la barra, como muchas mañanas en las que salía de casa muy temprano y llegaba muy tarde. Y de vuelta, oiría los rezos de los niños en el colegio, cada vez más lejanos, antes de que salieran al recreo. Sudaba y seguía teniendo sed.