Este jueves nos invita Cecy en su blog a hablar sobre, con, por, en, entre...la niebla. Por ahí va, mi aportación.
Aquella
mañana salieron todos de la casa y apenas se veía. Una espesa niebla lo cubría
todo. Las farolas seguían encendidas pero su luz era poco más que una mancha
naranja. Se suponía que los niños iban al colegio a esa hora, pero todo estaba
en silencio y vacío en el pueblo.
Por
la carretera no se veía ningún coche, ni al lado, ni delante, ni detrás. Será la niebla, sonrío mamá. Y es que no
veía nada de nada. Los faros del coche alumbraban un pequeño trozo de carretera.
Como
todas las mañanas, mamá dejó a Javier y a papá en el sendero que llevaba al
colegio. Javier, cogió la mochila y miró extrañado.
—
Papá, no está el colegio. — dijo. — ¿Qué
haremos si no está el colegio?
—
¡Cómo no va a estar el colegio! ¡Anda, camina
que llegamos tarde!— refunfuñó papá. — Es la niebla.
Pero
iban avanzando y el colegio seguía sin aparecer tras la niebla. Tampoco se veía
el polideportivo ni la piscina cubierta en la que solían nadar los alumnos de
ESO.
Llegaron
donde tenía que estar la puerta del colegio, y efectivamente no estaba. Ni profesores,
ni niños alborotando en la entrada, en los pasillos o apresurándose porque
llegaban tarde. Nada. Y en ese punto ni siquiera la niebla.
—
¿Qué hacemos? — Y se miró en mi gesto de
incredulidad.
—
Pues nos vamos a casa. — Dije. Él sonrió.
Olíamos
a mojado. Sonaban los ruedines de la mochila sobre el pavimento. En algunos
sitios podíamos ir pegados a la pared, pero en otros no sabíamos. Cogimos la
avenida del parque que desembocaba en la plaza, luego, giramos a la derecha,
tras otra rotonda llegaríamos a casa. O eso creíamos. Debimos seguir más la
avenida o girar en un lugar que no era el correcto porque ese camino no llevaba
a casa. Allí no estaba nuestro edificio. Seguimos andando entre la niebla. —Me
canso, me dijo. — ¿Dónde estamos? ¿Cuánto queda?
—Ya
llegamos. —Pero no lo sabía. Miré el móvil. Uno por ciento de batería. Miré el
tiempo. Mañana también tendríamos niebla.