31 mayo 2023

Lluvia

 

Pues parece que va llover, dijiste. Un trueno hizo temblar todo. Primero uno, luego otro, y otro más…comenzaron a caer goterones gordos de lluvia. Casi hacían daño. Abriste el paraguas azul con las estrellitas de la Unión Europea. Por un instante, todo sobre nuestras cabezas volvió a ser azul. Nos resguardamos. Me tengo que marchar. ¿Te dejo el paraguas? No hace falta, contesté. Esto es una de esas tormentas que dura apenas lo que una relación. El llavero que usas era muy grande para los vaqueros ajustados que llevabas y te costó sacarlo. Pero al final entraste en tu portal.

Comencé a andar calle abajo pegado a las paredes de los edificios. Más gotas gordas y más lluvia. Paré en otro portal. Por el asfalto de la calle comenzó a bajar un poco de agua de color parduzco. Luego un poco más. Esto deja las calles muy limpias, pensé ingenuo.

El agua arrastraba pequeñas piedras, hojas y otras partículas negras que no sabía lo que eran. La lluvia me recordaba a la que yo vertía sobre las macetas con una regadera, o la de la ducha. Por la calle seguían pasando restos de cosas que antes habían estado en otros sitios. Más ramas, más palos, papeles, quizás cartas de amor o declaraciones de la renta antiguas que alguien habría tirado en el contendedor azul del reciclaje. El cielo seguía violeta. Algunos curiosos miraban desde detrás de los cristales. Alguien encendía una luz amarilla en un tercero enfrente.

La corriente era cada vez más fuerte, pasaban más cosas, más grandes, a más velocidad sobre el agua marrón. Ya he dicho el color, ¿verdad?

Y yo estaba parado, quieto a resguardo, o eso creía, en un portal cualquiera con un número 27 dorado encima y unos telefonillos Golmar viejos. Pensé en llamar para que me abrieran. Soy yo, y pasar.  

19 mayo 2023

Polvo

 

Drogarse es un acto íntimo. Es como el mejor de los polvos. Y como ya no te gusta follar en lugares públicos, aunque lo has hecho (como drogarte) y te ha encantado esa sensación de caza furtiva, la urgencia de buscar un lugar oscuro y la penetración, de la aguja o de la polla, ahora buscas la paz de casa, un sillón cómodo en el que derrumbarte y dejarte llevar.

Esperar a que todo el mundo se haya ido de casa, para subir al piso de arriba. Ir a la habitación que hace de despacho y a su librería caoba. Libros de Martín-Gaite, Valle-Inclán, Tribuleac, Cartarescu, Shakespeare y, detrás, la cajita metálica con los aperos, la jeringuilla y las agujas encapsuladas en su plástico verde. Preparas el algodón, unas mini toallitas con alcohol que compraste en la farmacia, muy prácticas para las pequeñas heridas, dijiste en su momento a los niños.

Un poco de polvo blanco en una cucharilla vieja de alpaca que tenía tu madre en la vieja casa, que te empeñaste en traer de recuerdo y ahora hace las funciones de dosis perfecta para funcionar. Viertes unas gotas de limón y prendes la llama del mechero debajo de la cucharilla que empieza a borbotear y a licuarse. Te recuerda al caramelo del fondo de las flaneras. Cada burbuja es pura magia química.

Ya con la aguja puesta, acercas la jeringa a la cucharilla y haces que absorba dócilmente el mejunje pardo. Te bajas los pantalones y buscas la corva, pizcas con dos dedos la vena y clavas el picotazo. Cruje la piel como una galleta rancia. Aprietas el émbolo y desaparece dentro para siempre el líquido dentro del cuerpo. Explota y se deshace todo alrededor. Dejas caer la jeringuilla, la cuchara y los brazos. El gato mira raro y se agita. Todo es blanco, suave, ácido y doloroso. Como el mundo, piensas. Y te duermes.