12 septiembre 2020

Este Jueves, relato: Monstruos

 Este jueves, nos invita Neogeminis a escribir sobre monstruos. El tema da para mucho más y como tenía gana de ensayar un poco, ahí va mi aportación tardía. 

Cuando entrabas al bar a veces podías ver a alguno de los pequeños que corría a esconderse tras las cortinas de canutillos que daban paso a la cocina al fondo. Se escabullían dentro dejando sobre la mesa los restos de lo que estuvieran haciendo, un juego de dados, una baraja de cartas, los despojos adheridos a la madera de alguna pieza que limpiaban.

Eran cinco hermanos. Todos niños. Todos pequeños. En la escuela no duraron porque los niños mayores pronto comenzaron a lanzarles cosas, mientras que a los alumnos pequeños les daban miedo. Sobre todo cuando el mayor de los cinco, enseñaba esos pequeños dientes puntiagudos que tenía. Al segundo le faltaban dos y tenía un bulto en la nariz. El tercero tenía cuatro dedos en la mano derecha. Perdió el índice al nacer y el dedo pulgar, muy largo, era una tenaza de carne inútil. No lo dejaron aprender a escribir con la mano izquierda. Estaba enamorado en secreto de Mariquilla que una vez en el recreo se había dejado rastrillar el pelo con esas cuatro púas huesudas. Sus padres al saberlo, le dieron a la niña un bofetón nada más llegar a casa y se fueron a ver al cura. El cuarto no salía del bar porque apenas podía andar. No sé porqué. Y a veces, gritaba tanto desde dentro que los alaridos se oían en la calle y en todo el pueblo. Del quinto no se decía nada. La gente sabía que había nacido porque lo había dicho el médico que asistió al parto.

Yo solía llegar a medio día y dejaba encima de la barra la caja con la caza del día. Unos días había conejos, otro codornices o perdices. El golpe seco hacía que volvieran a asomarse. Su padre tenía un ojo pareciera que iba a salírsele de la órbita, soltaba un billete y unas monedas sobre la barra y hacía un gesto con la cabeza hacia la puerta del bar. Era la hora de comer.