12 noviembre 2009

Fidalga

Fidalga, lleva en los ojos el peso del abandono con que sus dueños la premiaron por una vez que, vieja y cansada de sus rutinarias carreras y sus rutinarios domingos, no llegó a dar caza a un conejo malherido o a una liebre malherida, o porque sí, que en la vida lo que es inútil hay que tirarlo o deshecharlo. Y lleva en el cuerpo alguna que otra pedrada de la soledad con la que ahora, tristona, recorre las calles, husmea por los contenedores de basura; las orejas gachas siempre, el vientre yermo de comida y de vida, los huesos marcados, porque en su momento fue buena galga. Trota por el negro asfalto y se aleja de cualquier humano con el pueda tropezarse, que ya le digo yo que no son de fiar; sus pasos son ligeros, de bailarín de ballet canino, si es que eso existiese en el mundo de los perros.
Llevaba un tiempo si verla cerca de los contenedores, pensé en su negra suerte en la cuneta de alguna carretera o en algún solar vacío de burbuja inmobiliaria. Pero el otro día la ví y acompañada. Una vieja expulsada de un viejo piso de renta antigua, de la que era la parte vieja de la ciudad, ya demasiado vieja para tener hijos que cuidaran de ella, caminaba cansinamente a su lado. La vieja vendía pañuelos, que su dignidad no le permitía mendigar (por mucho que diga ahora la ordenanza) y a su lado, Fidalga, volvía a trotar, grácil, huesuda, dando saltitos por una calle peatonal del centro, abandonados ya los arrabales y solares del extrarradio de la inhóspita ciudad, como si bailara en El Lago de los Cisnes canino, si es que eso pudiera darse alguna vez....na, na, na, na....(suena silbado de fondo)...

2 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

De lo mejor que ha salido de su pluma, amigo. Un texto magnífico.

Un abrazo.

Tana dijo...

Tan tierno, tan triste... un beso, Max