Tengo
un elefante en el patio. Come bien y está todo el día entretenido. Pero le
cuesta dormirse. Por si vosotros también tenéis ese problema, os voy a contar
lo que hacemos en casa para que se quede durmiendo.
Yo
empiezo a dormirlo cuando cae el sol. Antes no es posible. Si el sol no ha
caído aún del todo o se ve alguna rayita naranja en el cielo o el horizonte
(que supongo que él lo verá desde su altura) no hace el más mínimo esfuerzo por
dormirse. También creo que nota el momento en que dejan de piar los pájaros, se
pone de rodillas y barrita.
Es
entonces cuando hay que empezar a acariciarle la trompa. Como ya es de noche,
hay que darle hojas de tilo un poco machacadas y comenzar a susurrarle. Le
tienes que rascar las orejas por detrás también. Cuando nota que los dedos
comienzan a moverse, termina de tumbarse. Hay que sentarse a su lado. Al
nuestro le gusta que le contemos historias de otros lugares, pero no de selvas
y lejanas sabanas repletas de árboles altos llenos de hojas de los que comer.
Le gusta que le contemos historias de ciudades, de por qué se encienden en rojo
los semáforos, de qué son las carreteras, las calles, los coches y los
edificios. Le hablamos de Nueva York, Moscú, Helnsinky... Nunca hemos estado y la
mayoría de las cosas nos las inventamos.
Mientras
tanto seguimos rascándole detrás de la oreja, le damos pequeños pellizcos en la
piel. Si la historia es buena, lo suficiente como para que no le interese, y el
tono de voz el adecuado, comienzas a ver cómo las pestañas le pesan, se le
cierran los ojos. Y resopla.
También
le interesan mucho las costumbres de los humanos, lo que hacemos, por qué
siempre vamos corriendo a todos sitios y vivimos en sitios tan cerrados y
oscuros; por qué vivimos de día y también de noche... Pero con estas historias
tarda más en dormirse, pone más interés, quiere escucharlas por más tiempo. Pero,
entonces, bajando el tono de voz poco a poco, se consigue que el sueño también
le venza. Estira la trompa, recoge un poco las patas y se pone a roncar como un
bendito.
La enorme contracción de su
torax me mueve cada vez más despacio. Noto que se ha quedado profundamente
dormido. Despacio, comienzo a separarme de su lado para que no noté que me
estoy yendo y de puntillas, me separo de él. Hasta el día siguiente.
7 comentarios:
No tengo un elefante, y mucho menos tengo que hacerlo dormir; pero tendré en cuenta estas instrucciones por si acaso un día...
Muy bueno tu relato, de verdad que me ha gustado y provocado una sonrisa.
Un beso.
Gracias, Alma. Me alegro de que te haya gustado. Y te haya sacado una sonrisa...muchas veces escribimos para este tipo de cosas, ¿verdad?
O sea que hay que ser un buen narrador para que el elefante se duerma.
Saludos.
Una ternura esta historia que, imagino, debe dar excelente resultados para que se duerman los más chicos. Me encantó. Un abrazo
Gracias por los conseos. Los seguiremos, claro ;)
Me lo apunto. Hay que distraer al elefante de la habitación. Se duerme de aburrimiento.
Saludos!
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