Hoy los mitones verde lima que nos regaló Leonor estaban en la silla del pasillo. Este invierno apenas ha hecho frío unos cuantos días sueltos y no se los ha tenido que llevar Ana a la oficina para calentarse las manos mientras trabaja. Porque son de Ana. Leonor apareció por Aranjuez con mitones para regalar a todos los jueveros consortes. Lo pasamos bien entonces.
Igual que cuando estuvimos por Cádiz, su Cádiz y pasamos una tarde de diciembre con ella y su marido. En la plaza donde quedamos había una pista de hielo a pesar de la temperatura casi primaveral, caía el sol rápido. Salimos del bullicio prenavideño para recorrer las calles del centro. Los naranjos estaban cuajados de azahar. Fuimos al Falla y a la Caleta donde rompe el océano en mil pedazos blancos. Después tomamos un café. Está feo, dijo. Era cierto, no sabía a nada.
No paró de hablar de su obra de teatro, de su nieto, de su hija...de sus proyectos, de literatura, de escribir...de lo que va la vida. Para entonces ya estaba enferma y había comenzado de nuevo el tratamiento. Nos despedimos junto a la estación de tren, con la promesa de volver a vernos. Y nos dio unas mascarillas, aún de moda entonces para muchas cosas. De San Fernando, negras y con un cruz, una media luna y una estrella de David.
Ese mes de febrero, escuchando las chirigotas de Carnaval, nos acordamos de ella y de la foto en el Falla. Y le escribimos un whatsapp que nunca contestó y que, seguramente, (pienso ahora) quedó guardado para siempre en el cajón de los móviles viejos.
Quizá alguien lo leyera a destiempo y con un pellizco en el estómago, se cabreara o quizá pudo llegar a pensar en el cariño y la huella que Leonor dejó en nosotros a pesar de lo poco que la conocimos y que hace que una chirigota de carnaval y unos mitones verdes, hagan que todos los febreros nos acordemos de ella.
Este año, tampoco ha sido la excepción.
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