Tal cual nos tiene acostumbrados todos los años, tío Ben Laden, ese monstruo resentido, rebelado contra su creador americano, aparece y nos felicita el aniversario. Siempre contando con que no esté muerto, sean sus seguidores los que mantienen vivo el mito (algo como lo del Cid) o sean los americanos los que para mantener el miedo y la justificación de sus invasiones, saquen a pasear a los muertos, porque, aunque parezca muy sucio, otorga réditos. Se conmemora el sexto aniversario de aquella criminal matanza. De aquello, decía yo, en otro medio, que no había sido sino un timbre, una llamada de atención, sobre el conflicto de civilizaciones que se nos venía encima. Desgraciadamente el tiempo no ha hecho sino darme la razón, y los civilizados occidentales, más que a convencer, y defender nuestros ideales democráticos, nos hemos lanzado a democratizar, en una cruzada incierta, en aras de un dios o un bien, que la gente a la que "se lo imponemos" no quiere o no conoce. Estamos (principalmente los americanos, ciertos sectores de la derecha y teóricos de las guerras preventivas) democratizando a cañonazos, a martillazos para amoldar de modo urgente sociedades arcáicas a unos ideales que en nuestras propias sociedades han necesitado más de tres siglos de implantación. Y todo porque nosotros somos los buenos y ellos son los malos. Y por eso ahora estamos peor que antes. Porque no nos hemos preguntado qué estamos haciendo mal para que haya medio mundo que odia a los occidentales; porque nos hemos atrincherado en nuestro apartamento de comodidades democráticas sin pensar que factores como la pobreza, el hambre, entre otros, hace de medio mundo un perfecto caldo de cultivo a ideales totalitarios y promesas mesiánicas; porque el que tiene hambre, cree al que primero le promete que se la va a quitar, y no está para preocuparse de la libertad en cualesquiera de sus acepciones. En puesto de dialogar, hemos avanzado una respuesta represiva en los propios estados en los que creemos que puede estar el problema que hemos creado, pero sin darnos cuenta que, por debajo de la puerta (tomen como ejemplo el sur de europa) se nos está colando todo aquello ante lo que estamos cerrando los ojos y que constituye el verdadero problema de fondo y conflicto de civilizaciones que nos lleva a, prácticamente, dos mitades del mundo a chocar irremisiblemente. Democracia, sí, pero no a cañonazos, no impuesta. Libertad, sí, pero no impuesta. No puede haber paz, ni democracia, ni libertad sin justicia, para todos. Yo apostaría por el dialogo y órganos internacionales de solución de conflictos, otros ya sabemos por lo que apuestan y así nos va a todos.