En la convocatoria de esta semana, nos invita Volarela a hablar de amores imposibles. No sé si llegaré a tiempo, pero ahí algo que se me ha ocurrido.
En el segundo estante hay una foto del
viaje que hicimos a los Pirineos. Agachaba la cabeza y cuando me volvías a
tirar del pelo, veía borrosa la imagen del gorro rojo de mi mujer y su pantalón
negro de la nieve. Yo apoyaba las manos en la pared. Entonces tú me lamías el
cuello y seguías empotrándome. Al correrte me agarraste los pezones y con un
suspiro te dejaste caer sobre mi espalda. Me volviste a recorrer con la lengua.
Te agachaste y te metiste toda mi polla en la boca. Cerré los ojos. No volví a
mirar la foto. Ni una litografía que habíamos comprado en otro viaje familiar a
Amsterdam. Al terminar me temblaban las piernas. Oí correr el agua en el baño y
la hebilla de tu correa golpear contra la madera del marco. Tu macuto estaba
junto a la puerta.
— Me tengo que marchar ya. Mi autobús
sale en media hora.
— Ya.
— No hace falta que me acompañes.
— Da recuerdos a tu mujer y cuida de tus
niños.
— Tú también. Hasta dentro de otros
veinte años — Y sonreíste.
Fuera caía la tarde. Más tarde te
imaginé en el autobús. Mirando por la ventana. A veces, volver puede ser triste.