Nos propone José Vicente este tema para esta semana y ahí va mi aportación...
Se ha muerto “La Polio”. Me lo ha contado esta mañana
mi madre cuando la llamé para ver cómo iban las cosas por el pueblo y cómo le
habían salido los últimos análisis que se había hecho. Tenía un poco alta el
azúcar pero le dice el médico que con las pastillas que toma ahora se le ha
controlado. Son las dos únicas novedades que se han producido importantes. Lo
del azúcar era casi esperado. Pero lo de la muerte de “La Polio” o la señora Maria, es parecido a un viento que se lleva
para siempre un pedacito de infancia. La llamaban así por una cuestión física
obvia. Había padecido esta enfermedad de niña, justo después de nuestra guerra.
La recuerdo siempre detrás
del mostrador de su tienda de chuches, sentada en su silla de anea y siempre
con el pelo blanco, como si hubiera nacido ya mayor. Los niños decíamos que no
tenía piernas y ella de broma nos medio amenazaba con una de sus muletas. Eso
era en invierno, porque en verano, siempre estaba con sus piernas cortas juntas
y su gran zapato en uno de sus pies, sentada en la misma silla. Las muletas
apoyadas en la pared. En el estío, su tienda de casi todo, era como un
autoservicio. Ni se levantaba para atendernos. Nosotros nos servíamos y al
salir, le dábamos el importe exacto de lo que nos llevábamos. Menos una
temporada en que a Pepe, le dio por llevarse flash de quince pesetas y decía
que eran de cinco. Nosotros niños medio tontos, creíamos que no se daba cuenta.
Lo que ocurría es que luego hablaba con nuestras madres y les tenía la cuenta
preparada. Hasta que se cansaba. Si sigues mangando así, Pepe, llegarás por lo
menos a alcalde. Y nos poníamos todos colorados y tardábamos unos días en
volver a comprar. Pero siempre terminábamos volviendo a ese recuncho, dulce
como un recuerdo.
Y ya de mayores pasábamos a
saludar y a comprar alguna chocolatina o gominola a recuperar un trozo
inmutable de los niños que, en el fondo, todavía seguimos siendo.