Esta semana nos propone
Juan Carlos, que escribamos sobre un día en la vida. La verdad es que he de reconocer que se me ha hecho difícil y que me he pasado un poco con las palabras, pero creo que era mejor publicarlo que dejarlo en el tintero, no quería faltar. Espero sepan disculparme y que les guste mi aportación.
María pensó que aquella era
la primera mañana del otoño, a pesar de encontrarse a mitad de junio. Soplaba una
brisa que hacía apetecible tomar el café en la terraza. El sol todavía no había
terminado de despuntar y el único ruido que había era el de los pájaros
piadores y perezosos aún en esas primeras horas del día.
María puso y tendió una
lavadora. Justo cuando ponía la última pinza oyó como empezaba a borbotear el
café en la cocina. Lo dejó que terminase de chisporrotear y, se sirvió una taza
que cortó con un poco de leche. Miró la hora en el reloj de la cocina, las
ocho. A esa hora, su niño, porque a pesar de tener ya treinta años, nunca
dejaría de ser su niño, debería estar llegando. De un momento a otro tendría
que llamar.
Salió a la terraza y con el
semanal del domingo anterior sorbió poco a poco la tranquilidad de la hora. El sol
seguía su riguroso camino y secaría la ropa en un momento. Un artículo de
Javier Marías, otro del pedante de Manuel Rivas, el de Almudena Grandes, y la
sensación de bienestar que aumentaba con el calorcito del estómago lleno.
Terminó y se acercó de nuevo
a la cocina. La recogió, mirando de reojo el reloj. Debería haber llegado ya y,
debería haber llamado. Pero no. En fin, no quería ser de esas madres pesadas.
Ya llamará.
Hizo el resto de cosas de la
casa, la comida. Comió oyendo de fondo las noticias por entretenerse. El
tic-tac del reloj de la cocina, comenzaba a hacérsele insoportable. No, me
niego a estar al lado del teléfono esperando una llamada que no se si se
producirá.
Transcurría la tarde y, ya
buscaba cualquier excusa para acercarse a la cocina a mirar la hora. Terminó llamando
al móvil. Aparecía desconectado. Se sentó en el sillón y esperó junto al
inalámbrico.
Cayó la noche y siguió esperando,
sentada, rígida. Nunca pensó que ese sillón pudiera ser incómodo. Pero lo es si
de lo que se trata es de esperar una llamada. Tampoco el sonido del reloj de la
cocina le había parecido odioso. Pero también lo es, cuando se espera en un día
cualquiera.