La chica despedida pertenecía
al sector siete de la cadena de montaje. Mejor la mujer despedida. Sí, es mejor
referirse a Carmen como la mujer despedida. Pues bien, la mujer despedida se
llama Carmen y se dedicaba desde hacía unos veinte años al montaje y ajuste de
una pequeña tuerca de las que sujetan la parte de atrás de las placas de los
hornos. Y este mismo viernes ha sido despedida. Ya se sabe, con la crisis caen
las ventas y el consumo, el cuadro macroeconómico es volátil y, aunque ya se
percibe en los mercados internacionales cierta recuperación, no tiene el
suficiente empuje como para evitar los ajustes en el organigrama de la empresa.
Fue la primera vez que Carmen oyó hablar de deslocalización. Que se lo digan a
mi artritis de muñeca y el amartillamiento del dedo que tengo. Vamos, que
alguien en Alemania había tomado una decisión por ella.
Esa tarde, salió tranquila y
fue a casa dando un rodeo por el jardín que desde siempre tanto le gustaba y
que, ahora veía con otros ojos. Ojos de parada, de mujer libre. Le alivió la
idea de no aguantar más al gilipollas de su jefe de sección; no depender de
horarios; pensó en pasar las tardes con su nieto recién nacido; ayudar a su
hijo a buscar trabajo y colaborar con su nuera en las pequeños arreglos de ropa
que hacía para subsistir; estar más tiempo en casa, sola.
Pero con el paro quizá no
diera para la hipoteca y los gastos. Intentarían apañarse. Fuera maquillaje y
gastos supérfluos. Pensaba en el alemán o americano o chino o español que
hubiera tomado la decisión. A este no le importaba su artritis, ni cómo
mantendría a la familia ahora que no había sueldo alguno en casa. Pensaba en la
recuperación de la economía española y lo que menos le apetecía era hacer
patria, como se suele decir.
Pensó en no dar explicaciones pero, al
final habría una nota apoyada en el taquillón, emborronada, con esa caligrafía
simple que tienen las madres. Su familía aún era joven y, seguramente, tendría
ganas de luchar. Ella, ya no.