Tras sus pasos al salir de la cama, la sábana ha querido seguirle y, él la ha arrastrado por la moqueta color mostaza de la habitación. Segundos antes estábamos entrelazados en la cama, suspirando y gimiendo como si fueramos dos amantes.
Me acerco a la ventana, me apoyo en el cristal con la mirada y los pensamientos perdidos. Afuera las luces de las torres adyacentes, los ecos lejanos y voraces de la gran urbe y las gentes que corren. Desde la planta quince de este hotel semejan hormiguitas que desempeñan sus vidas con obrera sumisión, porque las miserias de cada uno son las que hacen que el universo se expanda y la tierra gire.
Esto acaba como tiene que acabar. Ambos sabemos que esta va a ser la última vez que nos veamos.
Me visto apresuradamente y, sin mediar palabra, dejo unos dólares sobre la mesilla y salgo de la habitación, de su vida, tras el portazo...para siempre. La música del ascensor me pone nervioso mientras desciende. Me dirijo a la parada del trolebús de la línea 12, la misma en la que un par de horas antes, nos habíamos conocido e intercambiado furtivas miradas...