Los que estábamos en la sala
únicamente notamos un pequeño salto en la película. Estaba hablando ella, la
protagonista. Después la cámara lo enfocaba a él y luego volvía a hablar ella,
que volvía a decir lo mismo. Él ponía cara de póker. En la escena anterior Bill
Murray se había declarado. Le había dicho que tenían que dejar toda esta mierda
e irse a vivir juntos. Luego otra vez ella, y la cara de sorpresa de él. Y así
estuvimos un rato. Hasta que los murmullos terminaron por no dejar oír lo que
ella decía.
La gente comenzó a mirar hacia
arriba, a la sala de proyección. Desde el ventanuco continuaban saliendo haces
de luz de colores en bucle. Bill Murray y Andy Mcdowell seguían frente a frente
su perpetua confesión.
Después se oyeron los golpes en
la puerta. Todo quedó oscuro y se encendieron las luces. Hubo abucheos cuando
Pepe entró con la levita desabotonada. Salgan. No se preocupen. Ha habido un
pequeño incidente. A todos se les devolverá el importe de la entrada. Salgan,
por favor.
Afuera, unos sanitarios se
pertrechaban y entraban a la carrera. Mucha gente se marchó indignada. Yo me
quedé a ver cómo sacaban a Juan. En la camilla, con todos aquellos tubos y la
máscara me pareció mucho más pequeño. En la sala de proyección manejaba rollos
y cables e interruptores con la misma soltura gigante que Jonh Wayne su Winchester.
De aquel paro cardiaco no se
recuperaría el Coliseum que luego ardió. El polvo del derribo del edificio hizo
el resto.
La ciudad, joven y bulliciosa,
siguió con su run run continuo, siempre hacia adelante. Sin memoria. Sin
historias de amor.