Este jueves nos invita Cas en su recuncho a hablar, escribir y dar vida a las fotos que forman parte de la convocatoria. Llevo tiempo sin escribir y no podía dejar de estar...Gracias. Ahí va lo mío...
Le eché una última mirada
antes de torcer a la izquierda y verlo por última vez para siempre. Era lógico.
Él se quedaría allí casi tan petrificado como la flor que adornaba las columnas
del edificio en el que pedía limosna en la puerta. Yo esa misma tarde, cogería
un tren que me llevaría al medio oeste en busca de más fortuna de la que había
encontrado en la ciudad del viento. Y es que las ciudades con viento siempre
están malditas.
Al pasar a su lado llamó mi
atención alabando los zapatos italianos que llevaba. Me hizo gracia y me giré. Rebusqué
en el bolsillo y encontré un billete de cinco. Pero te lo has de ganar, le
dije. La palabra ganar le sonó rara, hacía mucho tiempo que no ganaba a nada. Cuéntame
algo, le insistí. Se puso a pensar. Y me habló de Tammy, aunque él la llamaba
Brown Sugar, como la canción de los Rollings. Tammy era una negra exuberante,
de grandes ojos, piernas interminables y una amplísima cadera que le gustaba coger
cuando, al ritmo de esa canción, cabalgaba sobre él. Trabajaba de azafata para
la Panam. Por suerte, nada más que hacía viajes interiores pero eso implicaba también
pasar semanas fuera, aunque luego los reencuentros eran grandiosos. Él pasaba
el tiempo con algún trabajo de mierda y siempre temporal.
Con Tammy empezó todo y,
cuando se fue, terminó todo. Negro y soñador, ¿pero en qué coño estaba
pensando? En nada, probablemente en nada, tenía muchos proyectos que no habían
salido. Punto. Lo importante es luchar por tus sueños, ¿no? Así podrás aspirar
a más. Aquella tarde, Brown Sugar le dejó muy claro que aspiraba a más. Después
de ese polvazo, se vistió. Recogió su bolso. Se retocó un poco el rimmel y el
brillo de los labios y salió del apartamento con un portazo. Sonaban los Rollings
y él se quedó sentado en la cama tal y como ahora lo estaba en la calle. Todos evolucionamos,
muchacho, me dijo.
Te los has ganado, saqué diez
dólares e, incrédulo como todos, seguí mi camino.