Era el tiempo del mercantilismo, el tiempo en el que la economía era dirigida por una no tan invisible mano.
Ya se sabe lo que dicen los comunistas “las grandes corporaciones son las que manejan el cotarro”. Ya se sabe lo que dicen los liberales “estos rojos lanzapalos y tragafuegos antiglobalización viven sin principios, si lo hacemos por su bien…laissez faire, laissez passer”.
Era el tiempo en el que ya habían caído varios onces de septiembre; ya lo dice el refrán “torres mas altas han caído”. Llevábamos ganadas o perdidas varias guerras contra el terrorismo y ya había soldados americanos en las tres cuartas partes de los países del globo.
Era el tiempo, en fin, en el que la libertad era tener un Daewoo Kalos azul y dinero para echarle gasolina.Pongamos que estamos en una ciudad cualquiera, en una gran vía, no tan grande como para merecer ese nombre. Ajetreo, bullicio, murmullos de gente, cláxones de coche… contaminación, asfalto, grises edificios, gente gris, cara de septiembre…mal mes, vuelta al trabajo, quizás rompes con la pareja.
No hay en esta ciudad una isla de quietud, apenas si hay color. Y eso que es una ciudad luminosa.Y, entre tanto guirigay, ha aparecido enfrente de la fachada de una caja de ahorros, su triste figura. No está justo delante porque es este un sitio muy disputado por dos pordioseros de esos que el sistema deja arrumbados en sus esquinas. Él no está ya para disputas.
Otras veces, se sienta en unos escalones de entrada a otro gran y marmóreo edificio. O delante del centro comercial. En todo caso es una mácula en las aceras del consumismo.En estos tres sitios aparece, quizás es un quijote moderno, aunque solo sea porque lucha por sobrevivir, en el fondo un poco como todos, ¿no?
Viste una raída rebeca negra, una camisa sacada de alguna bolsa de ropa vieja parroquial y viejo pantalón de algodón. Sea la época que sea, invierno o verano.Lleva una zapatilla de andar por casa. El otro pie lo calza un zapato negro ortopédico, antiguo, de cuando no había otra solución terapéutica mejor, ni más barata; está desgastado, hinchado, a punto de estallar, guarda un pie roto, viejo…cuando uno es anciano se le junta todo, todo son achaques.
La gente se apresura a su lado en un frenético quehacer, y mira, se horroriza de ver un agujero que le señala la mitad de la garganta, y olvida. Nadie sabe, fue una operación, de cuando joven, tuvo cáncer, en el centro de la laringe. La verdad es que ni los médicos creían que pudiera superarlo, pero se lo extirparon, no se reprodujo y nada más que dejo un perenne silencio. La verdad es que superado eso, uno se cree casi en disposición de retar a Dios.
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