Jean Philippe Marouac es considerado por los críticos y expertos en arte como el fundador del realismo tal y como lo conocemos en la actualidad. Sus cuadros gozan del privilegio de la mirada, la perspectiva, e interpretación que su autor hace de la realidad que le rodea. Además la época que le tocó vivir era propicia en acontecimientos y se prestaba dulcemente a ser retratada. El París de finales del XIX y principios del XX constituía para nuestro autor, un enorme lienzo en el que plasmar o del que coger toda su fuerza creativa; su potente pincelada, casi violenta en los albores de su carrera, igual refleja a la alta burguesía, con sus señoras y sus criadas (por cierto, muchas de ellas españolas), que a la más mísera prostituta del Montaparnasse. Con sus cuadros Marouac se convirtió en un testigo de excepción de una época, comienzo de la melancólica y maravillosa decadencia que es París en la actualidad; si bien, no fue conocido, ni estudiado, ni apreciado al "no aportar nada significativo a los movimientos de vanguardia al uso de la época" (Modernisme á Paris, un art decádent, E. Blesson, Editores Reunidos, 1968, página 315). Era lógico, entre la diversidad de las vanguardias, la totalidad de movimientos pictóricos, podríamos decir, de fachada, porque duraron poco o nada para la influencia que se les ha querido dar después, Marouac era lo más parecido a un fotógrafo, pintaba realidades.
Es, sin embargo, a partir de los años 80, cuando, ante el inexplicable auge que tienen las instalaciones y la pérdida de rumbo que toma la pintura como tal, cuando se descubre o redescubre a este genio de la normalidad. Y todo, a raíz de un misterioso personaje que se halla en todos sus cuadros. Es un transeúnte que, unas veces aparece de espaldas, otras mira un escaparate distraído, toma un café o un vino en un cenador, sentado frente a un periódico, otras mirando al pintor mientras este "toma" su fotografía...Y decimos que misterioso porque, al momento de redactar esta tesis, ninguno de los autores estudiados, y que serán referenciados oportunamente en la bibliografía de este ensayo, han dado cumplida y certera explicación de ese personaje. Los más creen que se trata del propio autor que juega a introducirse en sus cuadros al modo que lo hiciera Velázquez en Las Meninas. No se comparte esta opinión, por cuanto en nada se parece físicamente al autor y porque, razón fundamental, el propio Marouac, no sabemos si jugando al despiste, lo negó en la única entrevista a TF1 de él conocida. Lo cierto es que ese transeúnte de traje gris, constituye en casi todos los cuadros el punto de fuga por el que " se escapa o diluye" el cuadro. Una vez hallado ese personaje, lo demás se borra, se difumina y pasa a un segundo plano. Esté o no mirando al espectador, cobra una fuerza inusitada constituyéndose en el elemento central del cuadro que, a la par, dota al mismo de una equilibrada estructura y da sentido al resto del lienzo. [...] (Hombre de Gris, Redescubriendo a Marouac, Univ. Autónoma de Chile, año 1998)
No hay comentarios:
Publicar un comentario